25 de abril de 2024 4:32 am
OPINIÓN

La música y Oliver Sacks

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Cecilia González Michalak

¿Se imaginan una película sin banda sonora, un gimnasio sin tonadas empoderantes o un trayecto en carretera completamente silente? Para la mayoría de los seres humanos, estas situaciones serían una total pesadilla. Y es que desde nuestra más tierna infancia, la música nos ha marcado, ya sea para aprender las letras, para festejar en un festival el 10 de mayo, o para sufrir el dolor de la adolescencia encerrándose rebeldemente en la habitación. Para muchas personas la música es parte importante de su vida.

Y es curioso como un ente abstracto sin forma, cuyas notas no tienen afán de argumentación y cuya existencia no es necesaria para la supervivencia humana, sea algo tan fundamental. Esta aporía de la música ha fascinado a todo tipo de público, pero en esta ocasión hablaremos desde la perspectiva de un neurólogo, quien no sólo ve la música como un estímulo sensorial, sino como un elemento de sanación de la mente.

Oliver Sacks (1933-2015) nació en Londres, Inglaterra, siendo parte de una numerosa familia judía. Con un padre médico y una madre que fue de las primeras mujeres cirujanas de Inglaterra, Sacks se convirtió en un aficionado de la medicina y de las ciencias de la vida.  Estudió la licenciatura en fisiología y biología, y más tarde, cursó la maestría y la especialidad en cirugía. Posteriormente se mudaría a Estados Unidos donde haría su residencia para luego empezar a ejercer como neurólogo.

Sacks, a partir de 1970, descubre otra de sus pasiones: la escritura. Empieza a narrar sus experiencias como médico tratando de humanizar a los pacientes y evitando que sean números estadísticos como en la mayoría de los trabajos académicos. Escribió su experiencia con gente con encefalitis letárgica en su libro Despertares, que posteriormente sería adaptado al cine, o con pacientes con diversos trastornos neurológicos, en su libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.

En cuestión de música, Sacks sabía que existían ciertas alteraciones neurológicas como la amusia, la imaginería musical excesiva, las alucinaciones musicales, o cosas más comunes como las melodías pegadizas. En su libro Musicofilia trata de elaborar un análisis sobre la identidad humana y de cómo la música es un factor clave para la creación de esa identidad. Además, que en toda su abstracción, la música es un agente terapéutico para tratar enfermedades como el Parkinson, el Alzheimer, el síndrome de Tourette, el síndrome de Williams, la demencia, la afasia, la amnesia o el autismo.

Este libro es muy valioso para conocer la importancia musical en una rama tan científica como la medicina. A través de las distintas relaciones entre la música y el cerebro, con casos clínicos, anécdotas de músicos profesionales y anécdotas de la vida real, uno puede descubrir en cada palabra la importancia de este arte en la cotidianidad, recordar las canciones que marcaron un momento importante y valorar este “poder mágico” de poder transmitir tanto con tan sólo siete notas.

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