Al pensar en mitología celta, lo primero que pasa por la mente de uno son druidas, duendes y hadas en un paraje boscoso totalmente verde digno de cualquier festival medieval. Esta cultura trae consigo un velo de magia y secretismo debido a que existen pocos documentos de la época y lo poco que quedó se fue diluyendo tras las invasiones romanas y la conversión al cristianismo.
Aunque muchos creyeron que los celtas no estaban alfabetizados, la verdad es que era un pueblo culto cuyos sacerdotes prohibieron plasmar en papel versos religiosos y ceremonias sagradas por cuestión de respeto a sus dioses. Julio César, quien conquistó al pueblo galo y estuvo en contacto cercano con éste, da testimonio en su libro La Guerra de las Galias de esto e, incluso, hace una analogía entre los dioses celtas y los dioses romanos. Hasta el siglo VIII, fue que monjes irlandes empezaron a escribir versiones de los cuentos nativos, y a partir del siglo XII, monjes galeses redactaron los propios, ayudando a brindar más información sobre los usos y costumbres celtas.
El mundo celta en su apogeo abarcó la mayor parte de Europa occidental y central, pero jamás existió un territorio políticamente unificado que impusiera una normativa cultural. Los celtas de Irlanda, los de Gales, los celtíberos y los galos, aunque provinieron de una misma familia étnica original, al final, se adaptaron a los estímulos de los nuevos territorios creando su propio lenguaje y variando su mitología. Ejemplo de esto es la pérdida del mito celta original y de su cosmogonía, para encontrarnos sólo con ecos diluidos de éste en el Caldero de Gundestrup, en tallas neolíticas, y en comentarios romanos sobre la conquista.
En este gran paraguas cultural, los árboles eran considerados sagrados –muchas familias fueron nombradas según el árbol cercano de sus viviendas–. Sus dioses y héroes provenían de una creencia sobre la simbiosis necesaria del hombre con la naturaleza, y varias deidades coincidieron posteriormente en las diversas ramas de panteones. Algunos dioses que perseveraron durante la expansión geográfica fueron Lugh (o Lugus en Galia, y Lleu en Gales,) dios de la cosecha; Brighid (o Brigindo en Galia, y Brigantia en Bretaña), diosa del fuego; y Maponos en Bretaña y Galia, (o Mabon en Gales y Aengus Mac Óg en Irlanda), dios de la juventud, de la caza y la pesca.
En el libro de Mitología Celta de Matt Clayton, el autor crea un paseo literario a lo largo de la historia de las creencias de este pueblo tribal. A través de los mitos cosmogónicos del principio del todo, el lector tiene la posibilidad de adentrarse a las fuentes históricas que narran las odiseas de los Tuatha Dé, un grupo que se cree relacionado con la nieta de Noé, (el mismo que creó el arca) y que llegó a Irlanda desde Palestina para escapar de los desastres provocados por el diluvio universal, y las epopeyas de Táin Bó Cúailnge y Cú Chulainn, con dioses, druidas, magos y héroes que marcaron el imaginario colectivo como Arturo y Merlín.
Para los amantes de los relatos medievales como Amadís de Gaula y Los Cantares del Mio Cid, y de las historias más modernas que se basan en mitos de la época feudal como El Señor de los Anillos y Juego de Tronos, este libro permite tener una radiografía precisa e interesante de las raíces que forjaron todas esas historias fantásticas que marcaron la literatura y la cultura universal. Además de profundizar sobre la idiosincrasia celta y en su historia, el autor se apiada de sus lectores y da al final una guía fonética para enunciar correctamente todos los nombres propios de héroes, dioses y textos que se encuentran citados en su tomo.