Lo prometido es deuda. Hoy volvemos a hablar de inflación pero esta vez, desde un punto de vista más teórico.
Pongámonos en contexto y actualicemos la situación con respecto al mes pasado. Ya señalamos que el nivel de inflación en la Zona Euro en julio alcanzó el 2,2%, la cifra más alta desde octubre de 2018. Se ha dado a conocer el dato de agosto y la tendencia alcista continúa, ascendiendo esta un nivel del 3%, remontándonos ya a cifras de 2011. Se deberá continuar observando la evolución, pero en cualquier caso este me parece un buen momento para reflexionar sobre qué es la inflación y qué consecuencias tiene sobre los distintos agentes sociales.
La inflación representa una desvalorización del dinero, es decir, es la subida generalizada de los precios de los bienes en una determinada economía durante un periodo de tiempo. Esta es la definición sencilla pero, ¿cuáles son realmente sus efectos?
Empecemos por lo más intuitivo y palpable en nuestro día a día como familias: afecta negativamente a los trabajadores en tanto que suben los precios de los bienes y servicios necesarios para su reproducción, es decir, se encarece la “cesta de la compra”. Esto, claro, sin que se produzca un aumento equivalente de su salario. En las economías de los países que conforman la Zona Euro, los costes laborales unitarios reales (es decir, el poder adquisitivo de los trabajadores) muestran una tendencia negativa desde hace más de veinte años. Por otra parte, los componentes del IPC que más han contribuido a la subida total del 3% han sido: transporte, vivienda y energía (electricidad, gas, etc.) y vestimenta. Es decir, mercancías todas ellas imprescindibles para la supervivencia de cualquier familia.
Por otro lado, perjudica a los acreedores puesto que disminuye su nivel de deuda en términos reales y, como contrapartida, beneficia a los deudores, principalmente a los Estados deudores. Pensemos, de nuevo, en los famosos “fondos de recuperación europeos”.
Asimismo, favorece las importaciones (al comprar relativamente más barato) y damnifica a los exportadores ya que se venden mercancías a un precio relativamente más alto, disminuyendo así su competitividad. En el caso de la Eurozona, ostenta una posición de exportador neto, si bien es cierto que las exportaciones se encuentran estancadas desde el año 2015.
Por último, ¿cómo afecta la inflación al capital? Por una parte, se puede decir que negativamente puesto que dificulta su capacidad de planificación, distorsionando las expectativas. Por otra parte, también se puede afirmar que positivamente puesto que ella también supone un mecanismo que amortigua las pérdidas de beneficios de cara a una subida de salarios. Como señaló en su día el economista poco sospechoso de ser heterodoxo, Jacques Attali: “la inflación es una necesidad para mantener el beneficio”. Además, no debemos olvidarnos de una parte del capital que se beneficia especialmente de contextos inflacionistas: el capital financiero que se apropia de ganancia gracias a la especulación, siendo esta potencialmente mayor cuanta mayor volatilidad y riesgo implique la operación.
¿Cuánto más afectará a unos u a otros? Ello depende en gran medida de la pugna distributiva, donde las instituciones europeas se posicionan claramente: la flexibilización de los mercados laborales, el discurso del emprendedor “valiente”, los principales destinatarios de los fondos europeos de recuperación (grandes empresas multinacionales en su gran mayoría) … Y, sobre todo, la total ausencia de medidas que compensen la pérdida de poder adquisitivo de las familias trabajadoras que ven mermados sus ingresos a la vez que suben los precios de los bienes de consumo más básicos.
Aún es pronto para hacer un diagnóstico serio pero los elementos que están entrando en escena no son muy halagüeños.