3 de noviembre de 2024 3:15 am
OPINIÓN

Los muchos rostros de México

En México, la desigualdad no es una realidad oculta, sino un paisaje cotidiano. Basta caminar por las calles de cualquier ciudad para notar el gran contraste: ¿Cómo podemos comprender una realidad en la que la abundancia y la necesidad coexisten tan cercanas y, a la vez, tan distantes?

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México, un mosaico vibrante donde la riqueza y la pobreza coexisten en un mismo espacio, se dibuja como un escenario desigual donde las oportunidades son un privilegio reservado para unos pocos. Las distancias en este país no se miden en kilómetros, sino en las posibilidades que dividen a quienes navegan la vida con vientos a favor de aquellos que enfrentan tempestades invisibles desde su nacimiento. En México, la desigualdad no es una realidad oculta, sino un paisaje cotidiano. Basta caminar por las calles de cualquier ciudad para notar el gran contraste: ¿Cómo podemos comprender una realidad en la que la abundancia y la necesidad coexisten tan cercanas y, a la vez, tan distantes?

No basta con hablar de “los dos Méxicos” —el de la riqueza y el de la pobreza—, porque entre estos dos extremos existe una compleja escala de grises, repleta de historias únicas que desafían cualquier visión simplista. Y no debemos entenderlo como una lucha social entre ricos y pobres, a pesar de que desde las cúpulas de poder se intente presentar así. La realidad es mucho más compleja, un entramado de desigualdad estructural tejido por diferencias históricas, sociales y económicas que afectan a cada persona de manera distinta.

En 2023, el 43.5% de la población vivía en situación de pobreza, es decir, más de 55 millones de personas carecían de lo necesario para llevar una vida digna. Mientras en algunas zonas urbanas las niñas y los niños acceden a tecnología y educación de calidad, que debería de ser la norma, en estados como Oaxaca y Chiapas alrededor de tres de cada diez escuelas cuentan con acceso a internet. La educación, que se espera sea el gran nivelador social, se convierte en otra barrera para quienes nacen con menos recursos, perpetuando la exclusión y el rezago.

El problema es que estas brechas, tan evidentes, se han vuelto parte de nuestro paisaje cotidiano. Nos hemos acostumbrado a caminar por las calles cruzando fronteras invisibles que separan la abundancia de la necesidad, sin detenernos a cuestionar por qué existen y todo lo que está mal con estás divisiones tan marcadas. Y aunque los programas sociales que reparten apoyos económicos pueden ofrecer un respiro temporal, no son la solución de fondo para el problema tan grave de desigualdad que tenemos en México. Dar dinero sin generar oportunidades sostenibles no transforma realidades; apenas maquilla los problemas mientras perpetúa la dependencia. Lamentablemente, nuestras políticas públicas se han centrado en estos subsidios inmediatos, dejando de lado soluciones más profundas que generen movilidad social real.

El cambio verdadero no vendrá solo con gestos caritativos ni con medidas paliativas, sino con la reestructuración de un sistema que garantice acceso igualitario a la educación, la salud y el empleo. Necesitamos un México donde cada persona, sin importar dónde nazca, tenga las herramientas para construir un futuro digno.

Somos un solo país, aunque a veces nuestras realidades parezcan mundos aparte. Cada historia, no importa que tan contrastante y opuesta sea, forma parte del mismo tejido social. La pregunta no es si tenemos los recursos para transformar esta realidad, sino si estamos dispuestos a hacerlo. Porque mientras sigamos ignorando las sombras al otro lado de la calle, no avanzaremos unidos.

Y al final, en ese cruce silencioso entre la opulencia y la necesidad, se define el México que queremos construir para todas y todos. El verdadero desafío es unir estas historias, para que cada voz contribuya a la creación de un país más justo, donde la equidad y las oportunidades sean la norma, no la excepción.

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