Los gobiernos de Cuba y Venezuela atraviesan un momento crítico debido a las masivas migraciones que han marcado su historia reciente. Según datos oficiales, la población cubana pasó de 11,18 millones a 10,06 millones entre 2021 y 2023, mientras que estudios independientes sitúan la cifra aún más baja, en 8,62 millones. Por su parte, Venezuela ha perdido a más de 7,7 millones de personas desde 2014, con un éxodo promedio de 2,000 ciudadanos al día.
De acuerdo con el libro Revolutions in Cuba and Venezuela: One Hope, Two Realities, escrito por los académicos Silvia Pedraza y Carlos Romero, estas diásporas, lejos de ser solo una consecuencia, han sido factores determinantes en el auge y declive de ambas revoluciones. Inicialmente, las migraciones permitieron a los gobiernos revolucionarios eliminar la oposición interna, pero con el tiempo, la pérdida de talento y capital humano debilitó sus economías y sistemas sociales.
En el caso cubano, las remesas provenientes del exterior se han vuelto fundamentales para la subsistencia de la población, mientras que el discurso oficial desprecia a los emigrantes, calificándolos de “gusanos”. En Venezuela, aunque el impacto económico de las remesas es menor, las salidas masivas reflejan un rechazo al régimen y un éxodo de capacidades críticas para el desarrollo del país.
Ambos académicos coinciden en que el éxodo no solo representa una tragedia social y económica, sino que también plantea un desafío político en la región. Las diásporas se han convertido en actores relevantes en sus países de acogida, como ocurre con los cubanos en EE. UU. y los venezolanos en España, influyendo en las políticas internacionales hacia sus países de origen.
La pregunta persiste: ¿pueden estas naciones superar la fuga de talento y recursos, o seguirán enfrentando el deterioro económico y social que acompaña a estas migraciones masivas?