En los últimos días, el panorama global se ha visto ensombrecido por eventos preocupantes, desde el conflicto entre Israel e Irán hasta la intensificación de la política migratoria de Donald Trump, que afecta directamente a México. Esta última, en su aplicación más radical, ha expuesto el lado más duro de las decisiones políticas que impactan la vida de millones de personas. La definición formal de «migrante» —alguien que se traslada por razones laborales, económicas o sociales— apenas roza la complejidad de lo que implica dejar atrás familia, raíces y tradiciones en busca de un futuro mejor, en la mayoría de los casos, con un profundo respeto por las leyes del país anfitrión.
Para los migrantes mexicanos en Estados Unidos, la decisión de partir surge de la falta de oportunidades en su propio país, empujándolos hacia una de las economías más desarrolladas del mundo. Allí, se adaptan a condiciones laborales exigentes, a un alto costo de vida y a menudo asumen jornadas dobles o triples para subsistir y enviar remesas a sus familias en México. Sin embargo, la política migratoria del presidente Trump parte de un diagnóstico que, al menos en el discurso oficial, generaliza la situación, vinculando erróneamente a una gran parte de los migrantes con problemas de seguridad o criminalidad, a pesar de que la mayoría representa un motor fundamental para la economía estadounidense.
Los datos concretos contradicen esta narrativa. Se estima que una deportación masiva podría reducir el Producto Interno Bruto (PIB) de Estados Unidos entre un 2.6% y un 6.8%. Los migrantes indocumentados, que constituyen aproximadamente el 4.5% de la fuerza laboral, son esenciales en sectores como la agricultura, la construcción y los servicios, ocupando a menudo trabajos que los ciudadanos estadounidenses no desean desempeñar. La deportación de 7.1 millones de trabajadores migrantes podría, además, resultar en la pérdida de casi un millón de empleos para ciudadanos estadounidenses, lo que podría conducir a una parálisis delicada de la economía del país.
Aunque la propuesta de Trump incluye aspectos positivos como el respeto a las leyes y la soberanía para definir las condiciones de entrada, lo preocupante es la forma en que se implementan las deportaciones. Hoy duele ver cómo se aplica este esquema a los mexicanos que han dedicado su vida y trabajo a Estados Unidos, que se han adaptado, respetan la ley y solo buscan un porvenir para sus familias. En un mundo cada vez más polarizado, es doloroso que no se consideren las excepciones humanas ni los contextos individuales. La solidaridad, el reconocimiento y el respeto hacia todos los migrantes mexicanos en Estados Unidos son cruciales; ellos no solo encarnan el esfuerzo y la dignidad, sino también la urgencia de repensar las políticas migratorias desde un enfoque más humano, justo y eficaz.