El Papa Francisco (que en paz descanse) insistió muchas veces —lo digo con mis palabras, pero la idea es de él— en que la economía debe estar al servicio de las personas, y no las personas al servicio de la economía.
Un ejemplo lo deja claro. Supongamos un agente económico que se dedica a producir y ofrecer drogas, sustancias dañinas y adictivas que atentan contra la salud, la vida y la dignidad de la persona.
¿Cómo podría justificar su conducta desde el punto de vista ético? Podría argumentar: “Yo solo produzco y ofrezco drogas. No obligo a nadie a comprarlas. Si el drogadicto las adquiere, es porque tiene una necesidad y yo lo ayudo a satisfacerla, con lo cual termino siendo su benefactor.”
En cierto sentido, es verdad. El productor no pone una pistola en la cabeza del consumidor. El adicto compra y consume “libremente”, sin que nadie lo obligue, y en ese momento satisface su necesidad. Pero la pregunta de fondo es: ¿basta con la necesidad insatisfecha del consumidor y con su poder de compra para justificar la producción y oferta de drogas?
La respuesta es no. Porque el efecto del consumo de esas drogas atenta contra la salud, destruye la vida y degrada la dignidad. Razones más que suficientes, desde el punto de vista de la ética, para que quienes producen y ofrecen drogas dejaran de hacerlo.
Visto solo desde la economía, podría justificarse: es un negocio multimillonario, los consumidores compran voluntariamente, el mercado funciona. Pero desde la ética, esa conducta no se sostiene.
Lo que esto muestra es que las necesidades insatisfechas del consumidor y su capacidad de pago no bastan para legitimar la producción y la oferta de cualquier bien o servicio. Hay consumos que favorecen el bienestar —como la leche o el pan—, y hay consumos que lo destruyen —como las drogas—. La diferencia está en las consecuencias sobre la salud, la vida y la dignidad de las personas.
Por eso, más allá de consideraciones económicas, la producción y la oferta de bienes y servicios deben incorporar criterios éticos. Un empresario no puede justificarse únicamente diciendo: “hay una necesidad, hay quien puede pagarla, y yo la satisfago”. Porque no es lo mismo producir alimentos que producir sustancias nocivas y adictivas.
De ahí la enseñanza de Francisco: la economía debe estar al servicio de la persona, y no la persona al servicio de la economía.