Según datos del INEGI, México enfrenta una crisis educativa, con una tasa de deserción del 10.8% en el nivel de bachillerato, la más alta de todos los niveles educativos. El problema se agrava en estados como Chihuahua y Coahuila, donde las cifras son aún mayores. Las razones detrás de este abandono son multifactoriales, pero los problemas económicos se destacan como una causa principal, ya que muchos jóvenes se ven obligados a dejar los estudios para buscar empleo.
El impacto de esta alta tasa de deserción es profundo y directo para la economía mexicana. Un menor nivel educativo en la fuerza laboral se traduce en una menor productividad y en una limitación del potencial de crecimiento a largo plazo. Los jóvenes que no terminan el bachillerato tienen un acceso más restringido a empleos bien remunerados, lo que perpetúa un ciclo de precariedad laboral e ingresos bajos. Esto no solo afecta a las familias, sino que también reduce el consumo y la recaudación fiscal del gobierno.
La situación resalta la urgencia de una reforma estructural que garantice la permanencia de los jóvenes en las escuelas. Invertir en educación no es solo una cuestión social, es una estrategia económica fundamental. Cada año que un joven no termina la preparatoria, México pierde una oportunidad de generar un valor económico que podría impulsar el desarrollo. A largo plazo, el fracaso en abordar esta crisis educativa podría tener graves consecuencias para la competitividad del país.
