Durante años, la conversación sobre autos eléctricos en México se ha movido entre el entusiasmo tecnológico y la desconfianza cotidiana: “son muy caros”, “no sirven para viajar”, “contaminan igual”. La información disponible ya permite matizar varios de esos lugares comunes y entender mejor qué está realmente en juego cuando alguien se plantea dejar la gasolina.
En primer lugar, el precio. Cuando arrancó el impulso a la electromovilidad en el país, las opciones eran contadas: básicamente un modelo de BMW y uno de Nissan. Hoy el panorama es muy distinto: hay más de 100 vehículos eléctricos y más de 50 híbridos enchufables en el mercado mexicano, con rangos de precio que ya se acercan a los autos de combustión. Un SEV E-Wan ronda los 300 mil pesos, mientras que un JAC E10, con autonomía cercana a 369 kilómetros, se ubica en torno a 430 mil pesos. En el extremo alto, un Ford Mustang Mach-E, con hasta 600 kilómetros por carga, supera el millón de pesos.
Aun con esa ampliación de la oferta, especialistas como Eugenio Grandío de la Torre, presidente de la Asociación de Electromovilidad en México, insisten en que siguen faltando incentivos para que un cliente pueda encontrar en la agencia un eléctrico que cueste igual o menos que uno de gasolina. Además, advierte que los aranceles pueden volverse una amenaza si encarecen estos modelos frente a los de combustión, frenando su adopción.
El segundo gran tema es la infraestructura. En el país se calcula la existencia de más de 2 mil electrolineras, públicas y privadas, concentradas sobre todo en Ciudad de México, Estado de México, Jalisco y Nuevo León. Los viajes largos sí son posibles, pero requieren planear ruta y recargas: algunas unidades ofrecen más de 500 kilómetros de autonomía, y aplicaciones como PlugShare o Electrobike ayudan a ubicar puntos de carga y a estimar tiempos, que suelen ir de 30 a 60 minutos para alcanzar 80 % de batería en cargadores rápidos.
En el bolsillo, la diferencia es notable. De acuerdo con la Asociación de Electromovilidad, un conductor en México puede ahorrar alrededor de 70 % en comparación con el gasto en gasolina. El costo de una carga completa depende del tamaño de la batería, la tarifa eléctrica y el tipo de cargador. Para una batería de 60 kWh, la recarga en casa puede costar entre 48 y 90 pesos con tarifas bajas, y hasta 300 pesos si el usuario cae en tarifa DAC; en cargadores rápidos, el costo suele ubicarse entre 5 y 9 pesos por kWh, lo que lleva el rango a unos 48–540 pesos por carga, según el caso. A esto se suman beneficios locales como descuentos en tenencia, verificación y placas verdes, además de exención del ISAN para ciertos modelos.
El tercer mito toca el terreno ambiental. El transporte genera en México cerca de 24.5 % de las emisiones de CO₂, y los automóviles aportan 93 % de ese total, por lo que desplazar parte de la flota hacia tecnologías eléctricas puede contribuir a ciudades con menor contaminación. Sin embargo, académicos de la UNAM recuerdan que estos vehículos no son “cero impacto”: sus baterías tienen una vida útil de 8 a 15 años o más de 160 mil kilómetros, tras lo cual deben reciclarse, y su fabricación implica minería intensiva de litio, cobalto y níquel, con efectos sobre agua, biodiversidad y comunidades en países productores como Zimbabue o Ghana.
Estudios señalan incrementos de hasta seis veces en la demanda de metales clave para baterías, así como denuncias por contaminación, agotamiento de recursos hídricos y presiones sobre poblaciones locales. Organismos como el Climate & Community Institute advierten, además, sobre riesgos a derechos humanos ligados a ciertos proyectos de extracción. Pese a ello, los defensores de la electromovilidad subrayan que, a diferencia de la gasolina —que se quema y no se recupera—, entre 90 % y 97 % de los materiales de una batería pueden reciclarse, y que la gestión adecuada del litio al final de la vida útil del vehículo es parte de la solución, no solo del problema.
Por último, está la experiencia de compra, un aspecto poco discutido pero relevante. Datos de J.D. Power indican que los propietarios de híbridos registran el mayor nivel de satisfacción (909 puntos sobre 1,000), seguidos por los de híbridos enchufables (902) y eléctricos (892); los compradores de autos de combustión tradicional se quedan ligeramente atrás, con 885 puntos. Según la firma, los clientes de tecnologías nuevas suelen recibir una atención más especializada, lo que influye en su percepción. Aunque los eléctricos apenas representan 1.4 % de los autos nuevos vendidos en México —frente a 8.4 % de híbridos y 0.7 % de híbridos enchufables—, la forma en que se les ofrece al público, con asesoría dedicada y espacios específicos en las agencias, empieza a marcar diferencia, especialmente entre compradores jóvenes que valoran más la interacción digital y las pruebas de manejo antes de decidirse.
En suma, los autos eléctricos no son una solución mágica ni un lujo inalcanzable. Son una tecnología en expansión que combina ahorros reales en uso diario, desafíos en infraestructura y dilemas ambientales que no pueden ignorarse. Para quien esté pensando en dar el salto, el camino pasa menos por los mitos y más por informarse con datos: autonomía, costos de carga, incentivos disponibles y, sobre todo, entender que la decisión no solo afecta al bolsillo, sino también al tipo de ciudad en la que se quiere vivir en los próximos años.



