Coyuntura económica y algo más
Cuando el gobierno aprieta para cobrar más, no siempre busca justicia… a veces solo busca sobrevivir…
Macraf
En las últimas semanas, hemos escuchado una y otra vez sobre el pleito entre el empresario Ricardo Salinas Pliego —dueño de TV Azteca— y el gobierno de la transformación de cuarta, encabezado por la corcholata mayor desde Palacio Nacional. Pero este pleito no es nuevo; viene desde los días del morador de Palenque, y el trasfondo no es el dinero, sino la desesperación por conseguirlo.
Durante el sexenio del tabasqueño, se despacharon con mano ancha. Usaron como quisieron los recursos públicos, y dilapidaron el dinero nacional en proyectos faraónicos: un tren que se descarrila, una refinería que no refina, un aeropuerto que no despega y una aerolínea que pierde más de lo que transporta. Hoy, la corcholata mayor hereda el costo de ese despilfarro y se enfrenta a una realidad incómoda: ya no hay dinero suficiente para sostener la narrativa del bienestar.
Por eso, la cacería fiscal se ha vuelto su deporte favorito. En la Iniciativa de Ley de Ingresos 2026, el gobierno estima 8.72 billones de pesos en ingresos presupuestarios, un crecimiento real de 4.6 por ciento respecto a 2025, impulsado por un aumento de la recaudación tributaria de 6.5 por ciento, que representará el 66.9 por ciento del total de los ingresos.
De esa cifra, se espera recaudar 3.07 billones por ISR, 1.59 billones por IVA, y 761 mil millones por IEPS, todos con incrementos respecto al año anterior. Suena bien, pero hay un detalle: no habrá nuevos contribuyentes.
El gobierno no busca ampliar la base fiscal, sino exprimir más a los mismos de siempre.
De acuerdo con el Centro de Investigación Económica y Presupuestaria, la estrategia oficial para alcanzar estas metas se basa en “fortalecer la eficiencia recaudatoria”, es decir, más controles, más sanciones, más auditorías y menos incentivos para quienes sí cumplen. Lo que en el discurso suena a “equidad tributaria”, en la práctica es una persecución selectiva.
Porque claro, la 4T no entiende que el problema no es cuánto se cobra, sino a quién se le cobra.
Mientras los grandes capitales pueden litigar o negociar, el pequeño contribuyente está en la total indefensión. Y no, no es exclusivo de este gobierno, pero la diferencia es que ellos hicieron de la persecución fiscal su bandera moral, usando al SAT como garrote político y a la “austeridad republicana” como disfraz para tapar la incompetencia presupuestal.
El resultado es un país donde el empresario que genera empleo es tratado como enemigo, y el asistencialismo se convierte en política económica. Se castiga la inversión, se sofoca el emprendimiento y se mantiene un modelo donde el gobierno promete bienestar mientras vive de endeudar y recaudar al límite.
La ironía es que mientras presumen estabilidad, el 52.5 por ciento del PIB ya está comprometido en deuda, y más de un billón de pesos se va solo al pago de intereses. De cada peso que entra, más de cincuenta centavos son para pagar lo que se pidió prestado o lo que ya se gastó. Eso no es sostenibilidad, es sobrevivencia.
Por supuesto, el pleito con Salinas Pliego tiene más de espectáculo que de justicia. Si debe, que pague, nadie discute eso. Pero usar el caso como trofeo político en lugar de diseñar un sistema tributario funcional, solo demuestra que en este gobierno no se administra: se improvisa y se castiga.
Y en medio de todo, el círculo vicioso continúa: “¿para qué pago impuestos si se los roban?… pero necesito medicinas, transporte, educación y seguridad… aunque eso requiere pagar impuestos… pero ¿para qué si se los roban?”.
Hasta que no rompamos esa lógica, seguiremos igual: con un Estado que no recauda bien, y con ciudadanos que no confían en lo que pagan.
La 4T no está reformando el sistema fiscal; está institucionalizando el resentimiento.
Y mientras el gobierno busca más con menos cabeza, los mexicanos seguimos atrapados entre un SAT con dientes y un país sin rumbo.
Así, así los tiempos estelares del segundo piso, de la transformación de cuarta.
✒️ El apunte incómodo | Diplomacia de rancho
El viaje del senador Gerardo Fernández Noroña a Palestina ha sido un espectáculo digno de los tiempos estelares de la transformación de cuarta. Nadie esperaba diplomacia, y fiel a su estilo, no decepcionó.
Desde allá, con la bandera de “representante del pueblo mexicano”, se dedicó a vociferar, atacar y victimizarse en redes sociales. Lo suyo no ha sido tender puentes, sino levantar trincheras.
Llamar a la oposición a “decirle al pueblo palestino que no tiene derecho a existir” no es una postura diplomática, es una provocación de cantina. Y deja ver lo de siempre: el clásico bravucón de rancho que grita desde lejos, pero que, al tener enfrente el conflicto real, se esconde detrás de la bandera que más convenga.
Lo más irónico es que ni siquiera viajó como representante oficial del Estado mexicano, pues tuvo que pedir licencia a su encargo en el Senado. Y eso, por lo menos, es de agradecer. Porque no fue en nombre del país, sino en nombre de su propio ego.
Su viaje no fortalece los lazos internacionales ni dignifica a México.
Solo reafirma la vieja máxima del populismo tropical: mientras más ruido hagan, menos se nota su vacío político.
Y sí, le damos espacio, no para hacerlo brillar, sino para dejar constancia del tipo de personajes que presumen representar al pueblo.
Porque estos son, sin duda, los verdaderos tiempos estelares de la cuarta transformación.









