Por Arturo Damm Arnal
Las ideas de AMLO en torno a lo que debe hacerse para lograr el progreso económico (definido como la capacidad para producir más y mejores bienes y servicios, para un mayor número de gente) dejan mucho que desear, y no por viejas, como lo señalan algunos, sino por equivocadas, como es el caso, uno entre muchos, de su convencimiento de que los sectores estratégicos de la economía deben ser monopolios gubernamentales, siendo que, precisamente por ser estratégicos, deben estar sujetos a la disciplina de la competencia, para lo cual una condición necesaria es que sean empresas privadas.
Sin embargo, de los males el menor, AMLO nunca se ha manifestado contra el libre comercio, por lo menos del que es propio a los tratados de libre comercio, que dista mucho de ser el verdadero libre comercio, definido como el marco institucional que, reconociendo plenamente, definiendo puntualmente, y garantizando jurídicamente su libertad, permite que sean los consumidores, comprando o dejando de comprar, los que determinen la composición y el monto de las importaciones, de tal manera que se importa lo que los consumidores quieren y en las cantidades que quieren, sin ninguna intervención del gobierno. Para lograr el verdadero libre comercio todavía falta.
Muestra de lo dicho es el discurso que pronunció AMLO en Washington con motivo de la entrada en vigor del T-MEC, reconociendo la importancia del mismo para atraer inversión directa hacia la economía mexicana, dada la ventaja que el tratado les da, en términos de menos trabas, a quienes, produciendo en México, exportan hacia Canadá y Estados Unidos. En el comunicado de la Secretaría de Economía leemos que “el T-MEC es el instrumento idóneo para proporcionar certeza económica y mayor confianza a nuestros países, lo que será fundamental para la recuperación…”, que, sobre todo en nuestro caso, dependerá de la recuperación de las inversiones directas, que producen bienes y servicios, crean empleos y generan ingresos.
No es verdad que el T-MEC sea EL instrumento idóneo para proporcionar certeza económica y mayor confianza en nuestros países. Es condición necesaria pero no suficiente.
Efecto coronavirus aparte, el decrecimiento de la producción, consecuencia de la caída en la inversión directa, producto de una mayor desconfianza de los empresarios, no se debió a la ausencia de un tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá, dado que, hasta el día anterior a la entrada en vigor del T-MEC, seguía vigente el TLCAN, que cumplió la tarea de proporcionar certeza económica y confianza en México, por lo menos hasta que apareció la 4T.
No fue la falta del T-MEC lo que generó desconfianza en la economía mexicana, que se tradujo en una fuerte caída en las inversiones directas, con la consecuencia inevitable: el decrecimiento de la producción, variable con la que se mide el crecimiento de la economía.
Buena parte de las ideas económicas de AMLO, sobre todo las que ya se han llevado a la práctica, han generado desconfianza entre los empresarios, y el T-MEC no es EL instrumento idóneo para que los empresarios la recobren. Mientras AMLO no rectifique, y dé marcha atrás, la eficacia del T-MEC para atraer inversiones directas a México será mínima. Cuántos empresarios, el 1 de julio, con el nuevo tratado en marcha, dijeron: “Ya tenemos T-MEC, ¡a invertir directamente más en México!”
La desconfianza no la generó la ausencia del T-MEC sino la presencia de la 4T.
