8 de septiembre de 2025
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OPINIÓN

Pandemia, Economía y Desarrollo, una pincelada de este 2020.

El confinamiento tiene implicaciones para los consumidores (por el lado de la demanda) que implican una rápida adaptación a las actividades remotas...
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(Audio por: Fátima Verónica Rodríguez Martínez)

Por María del Carmen Ojeda Portilla

Esta es mi última columna del 2020. Un año que será recordado como una de las peores crisis en la historia de la humanidad. A diferencia de las últimas grandes crisis financieras, esta es una crisis múltiple y global, que comenzando en una emergencia sanitaria se ha trasladado a ser una de las mayores crisis en el terreno de la economía real. Como economista del desarrollo me es inevitable explicar esta crisis desde el terreno de la economía y ligarla siempre con las diferencias entre unos países y otros según su nivel de desarrollo. Usaré esta última columna como un sumario y un recuerdo de lo sucedido, intentando, en este brevísimo espacio, explicar cómo se gestó la gran crisis del COVID-19 y cómo se trasladó al terreno de la economía real.

El 11 de marzo del 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) calificó como pandemia el brote de coronavirus COVID-19 y desde ese día la vida nos ha cambiado a todos, en menor o mayor medida, pero a todos.

Una emergencia sanitaria desata una crisis en el sector salud. Un virus que ataca el sistema respiratorio exige el uso de equipo médico que presenta escasez en los hospitales. Mientras que en primera línea de batalla todos los miembros de los sistemas sanitarios se dejan el alma por salvar vidas y dosificar materia prima, se evidencian las carencias de los distintos sistemas de salud a lo largo del mundo. En algunos países las carencias son mayores que en otros y los más eficientes dan la pauta y son ejemplo para el resto.

La naturaleza del virus, su invisibilidad, el desconocimiento de su comportamiento y la escasez de equipo médico desembocan rápidamente en una saturación hospitalaria que obliga a las autoridades a tomar medidas estrictas de confinamiento general, medidas que no han sido igual en todos los países y la diferencia no ha sido directamente proporcional al nivel de gravedad de la pandemia en cada país, sino que han sido medidas “a contentillo” y normalmente más alineadas con el sistema y el momento político de cada país que con las necesidades de la población a causa de la pandemia.

El confinamiento tiene implicaciones para los consumidores (por el lado de la demanda) que implican una rápida adaptación a las actividades remotas; toda actividad que se realizara de manera presencial (trabajo, escuela, comercio, etcétera) debe realizarse ahora desde casa y el uso de la tecnología ya no es una opción sino una necesidad, por lo que toda persona sin acceso a tecnología queda completamente excluida y marginada de este proceso de adaptación, condición que claramente se exacerba en países según su nivel de desarrollo. Para los oferentes o productores (por el lado de la oferta) la adaptación es aún más complicada, todo productor al margen de una plataforma electrónica para vender sus productos entra en una terrible encrucijada, ley de vida: evolucionar o morir. Las empresas que ya llevaban años recorridos en el e-commerce crecen como la espuma, los productores con posibilidades se unen a la estela de las ventas electrónicas y los pequeños comercios locales mueren poco a poco, uno a uno y, a diferencia de los consumidores, una falta de adaptación no es individual, la quiebra de una empresa implica muchos salarios, trabajadores y familias que dependen de ella. Las grandes empresas continúan sobreviviendo a las crisis y no sólo eso, en el mediano plazo, se verán beneficiadas con menos competencia, otro hecho que se exacerba con relación al nivel de desarrollo de cada país. Esto no es una crítica a las grandes empresas en particular sino a que, claramente, hay algo mal en el sistema que siempre genera que los mismos salgan a flote y los demás se hundan.

El complicado desempeño de los productores (la oferta) genera la necesidad de un “ajuste” para sus cuentas, en donde el primer canal de ajuste es el del trabajo, es decir, comienza a notarse un rápido aumento del desempleo, lo que a su vez impacta directamente en la demanda de los consumidores a nivel agregado. Una vez más, dependiendo el nivel de desarrollo de cada país, el factor trabajo se ve más o menos afectado. Para darles una idea, México es un país en donde la proporción del valor agregado neto pagado al capital es dos veces mayor que lo que va al trabajo (de todo el valor agregado neto producido en el país, el 65% son pagos al factor capital y el otro 35% son pagos al factor trabajo, con un golpe al factor trabajo por desempleo, esta proporción se ve cada vez más afectada).

Pasados los primeros tres meses de confinamiento, en los países más afectados comienzan a relajarse las medidas y parece respirarse una bocanada de aire fresco para todos: se vuelve a activar la oferta y la gente sale a demandar bienes y servicios.

Sobre la marcha, cada oferente y cada demandante toma decisiones en el corto plazo y en base a sus necesidades del momento, sin mucho margen de planeación en el largo plazo debido a la incertidumbre y a las acotadas posibilidades económicas de las familias. Son pocos los afortunados a los que no les ha cambiado la vida y no han tenido que tomar decisiones presionados por el calor del momento.

Hoy, a 24 de diciembre del 2020, fecha con la que yo soñaba desde aquel 11 de marzo creyendo ingenuamente que todo estaría resuelto, la situación parece ser más complicada aún. Se presenta una segunda ola de contagios, la oferta y la demanda se encuentran debilitadas, y es claro que en los países con mayores debilidades estructurales la crisis será más profunda y larga. Para los que siguen creyendo que no existe diferencia entre Centro y Periferia, entre desarrollados y subdesarrollados, basta echarse un clavado a los números y confirmar que, en lo general, los subdesarrollados nunca van a estar igualmente preparados que los desarrollados para enfrentar una crisis ni para salir de ella.

En el peor de los panoramas, un país subdesarrollado no cuenta con un sistema de salud eficiente, sus medidas de confinamiento son laxas, un gran porcentaje de consumidores están marginados de la adaptación tecnológica por falta de recursos, un gran porcentaje de productores están marginados de la oportunidad de adentrarse en el e-commerce (que implica inversión) y, por último, no tienen ningún tipo de protección al desempleo.

Para mí, como puedo mostrar claramente en los párrafos anteriores, el nivel de desarrollo de un país, sus fortalezas estructurales y las decisiones del gobierno forman una parte fundamental para salir de esta crisis y para estar preparados para las siguientes, y ojo, no soy partidaria de buscar culpables, aquí sólo pretendo no demeritar la importancia y la influencia que tienen todas estas características para darle a los temas la importancia que se merecen y para, desde los más alto de la pirámide, se imparta un diagnóstico acertado del momento en el que nos encontramos.

En el 2021 nos esperan meses difíciles con la esperanza de tener la vacuna ya a la vuelta de la esquina. Sin embargo, cada realidad nacional es diferente y la forma en que se entrelazan la política, la economía y la pandemia marcarán diferentes sendas de desarrollo de esta gran crisis. Estimado lector, recibe mis mejores deseos para el 2021, que sea un gran año y no olvidemos la gran lección aprendida en este 2020: ¡Vive el momento, abraza y cuida a tus seres queridos, disfruta cada segundo del día como si fuera el último, al final de los tiempos nos llevamos lo puesto en el alma que no son mas que momentos y risas junto a ellos! ¡Feliz Navidad y feliz año 2021!


Recuerda seguirla en Twitter: @marycarmenojed

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