Por Amanda Vega Hidalgo
Uno de los principales objetivos de la ciencia macroeconómica, ya desde los clásicos, es entender la desigualdad material a nivel mundial, cuáles son sus causas, sus consecuencias y, por supuesto, o al menos así es como lo veo yo, cómo combatirla y acabar finalmente con ella. Sin embargo, esta crece mes a mes; año a año; década a década.
La pandemia, además de seguir cobrándose vidas, está dejando al descubierto las estructuras del actual modo de producción y cómo estas no hacen si no deteriorarse cada vez más, dejando tras de sí una brecha creciente de desigualdad.
En el caso de España, un informe de Oxfam Intermón publicado el 25 de enero de 2021[1] muestra cómo la pandemia ha incrementado los niveles de desigualdad de un país que ya en 2019 presentaba el sexto mayor índice de Gini[2] de la Unión Europea como muestra de las aún vigentes consecuencias de la anterior crisis. En concreto, la incidencia ha sido mayor entre las mujeres, los inmigrantes y los jóvenes. Esto no es casualidad: su fuerza de trabajo es la menos valorada y son los que, en su mayoría, componen el ejército industrial de reserva por lo que su capacidad material de partida es menor, lo que a su vez repercute en su (no)posibilidad de mantenerse alejados del virus. Por otro lado, el nivel de pobreza relativa (aquellas personas cuyos ingresos disponibles se encuentran por debajo del 60% de la renta nacional media) ha crecido hasta el 22,95% lo que implica un aumento de un millón de personas viviendo bajo estas condiciones, siendo en total 10,9 millones. Y en la otra cara de la moneda, desde marzo a diciembre de 2020, los milmillonarios españoles vieron su riqueza aumentada en 32.500 millones de euros o lo que es lo mismo, más de tres veces el aumento en gasto sanitario público experimentado con respecto a 2019.
Hace un par de publicaciones hablaba sobre la histórica condicionalidad del FMI y cómo este parecía haber cambiado su discurso durante los primeros meses de crisis. No obstante, como era previsible, poco a poco sale de nuevo a la luz la “filosofía” de la troika. Bruselas ya ha impuesto a los gobiernos nacionales dos exámenes al año como condición para la obtención de los fondos de ayuda para afrontar los gastos derivados de la pandemia. Si bien hablan de distintos aspectos, los pilares de esta condicionalidad se centrarán en el recorte de las pensiones y en el ajuste salarial; hechos que, por otro lado, vienen siendo el eje central de la política de competitividad de la UE. Una vez más, el ajuste recae sobre el trabajo aumentando así aún más los niveles de desigualdad.
Por último, me gustaría señalar otro hecho que a mi parecer encarna una muestra irrefutable de la injusticia y la desigualdad intrínsecas en el capitalismo. Ya conocemos que Israel y Emiratos Árabes son los países que más vacunas han aplicado por cada 100 habitantes y se encuentran bastante por delante de otros como Estados Unidos o Reino Unido y todos los países de la UE[3]. ¿El porqué? El precio que pagan por la vacuna, el cual, si bien no se ha hecho público aún, se estima que en el caso de Israel es, al menos, el doble de lo que paga la UE. Los mecanismos de la validación privada en el mercado no entienden de salud, justicia o igualdad. Si, además, a ese pago dinerario se le suma un pago en forma de datos médicos para que la farmacéutica oferente mejore su producto y pueda hacerlo más competitivo, y, por tanto, ganar aún más dinero, no hay duda de quién es el que se lleva el gato al agua.
Hasta ahora teníamos asumido cierto grado de injusticia material (sin entrar en debates filosóficos) a la hora de vivir un poco mejor o un poco peor porque damos por hecho que esto depende en su mayoría de nuestro propio esfuerzo individual. Pero ante un factor “exógeno” sobre el que supuestamente no tenemos ningún control más allá de la responsabilidad individual que podamos asumir y que afecta directamente a la salud, ¿no deberían aparecer los estados y los organismos internacionales que supuestamente trabajan para garantizarla? Sí. Deberían. Pero no pueden. El modo de producción del que forman parte funciona de esta manera, es anárquico y no entiende de justicia, de penurias o incluso de muerte. ¿Qué ocurre entonces con los países que no puedan pagar un precio lo suficientemente atractivo para la oferta? ¿Tendrán que esperar a que el oligopolio actual de paso a un “libre mercado” donde el precio se regule por sí solo gracias a la entrada de mayor competencia y por fin lo puedan pagar? ¿O simplemente ocurrirá lo de siempre y los países ricos podrán inmunizarse mientras que los pobres tendrán que arreglárselas con las sobras de los primeros? La desigualdad seguirá creciendo, dentro de las economías nacionales y entre ellas a nivel mundial. ¿Hasta cuándo podremos aguantar? Quizá deberíamos empezar a investigar en su vacuna.
[1] Enlace al informe completo: https://f.hubspotusercontent20.net/hubfs/426027/Oxfam-Website/oi-informes/superar-covid-reducir-desigualdad-oxfam-intermon.pdf
[2] El Índice de Gini es un indicador que muestra cómo están distribuidos los ingresos de un país. Cuanto mayor sea su valor, más desigual es esa distribución.
[3] Fuente: https://ourworldindata.org/covid-vaccinations
