María del Carmen Ojeda Portilla

Esta semana, escuchando un podcast sobre la evolución de las culturas, pude reflexionar sobre la dependencia que tiene el ser humano con un sistema de moral teológico que le permita determinar qué es el bien y qué es el mal.
Intuitivamente podría parecer que esto no tiene mucho que ver con el estudio económico, sin embargo, la constitución ideológica que sustenta los sistemas económicos actuales se creó en función de esta dualidad moral: ¿qué es lo bueno y qué es lo malo para una sociedad en el terreno de lo económico? Pero, para mí, la pregunta de fondo es ¿de dónde se obtienen los criterios para elegir entre el bien y el mal? En la historia de la humanidad, la fuente de dichos criterios es una figura (comúnmente paterna o patriarcal) resignificada en un conjunto de acuerdos culturales convertidos en religiones. Es decir, el ser humano recurre a un soporte teológico para tomar sus propias decisiones y, en su caso, decisiones económicas.
Ahora bien, llevemos esto al terreno económico. El sistema capitalista, tal y como lo conocemos actualmente, es fruto de la construcción de ideas económicamente ortodoxas, ideas sustentadas en la economía de libre mercado cuyos representantes son los famosos liberales y/o neoliberales. ¿Pero cuál es la contradicción aquí? Los constructores del sistema que nos rige actualmente, los ortodoxos, son económicamente liberales, pero moralmente conservadores; dualidad que ha corrompido las relaciones sociales (de los agentes económicos con los medios de producción) durante décadas.
Los economistas liberales buscan la libertad económica y la liberalización de las relaciones sociales entre agentes y medios, sin embargo, esta liberalidad económica, en el terreno de lo político, se traduce en la derecha conservadora, tomando decisiones de política económica en función de un sistema de creencias conservador. Un conservador, en el más puro significado de la palabra, intenta conservar y traer al presente aquellas tradiciones del pasado sin opción a un cambio radical, y aquí me pregunto lo siguiente, ¿la sociedad presente requiere de conservar tradiciones o de transformar y adecuar su actualidad? Y me respondo: el hecho de atar las decisiones económicas a criterios morales particulares puede generar una divergencia con las necesidades reales y utilitaristas que requiere una sociedad.
Estas contradicciones no permanecen en la teoría, sino que se ven reflejadas en el terreno de lo real a través del enriquecimiento exacerbado de un porcentaje bajísimo de la población, a través de una competencia privilegiada para unos y desventajada para otros en un sistema (capitalismo) cuyos principios radican en la igualdad.
México, en la mayoría del siglo XX y principios del XXI, ha sido un país predominantemente conservador en lo moral y liberal en lo económico; si bien el cambio de gobierno en 2018 no ha concretado muchas luchas, una que sí va a quedar marcada en la piel es la lucha entre izquierda y derecha, entre conservadurismo y liberalismo, éste es el caballo de batalla del gobierno en turno, el convencimiento de que el progreso está en la libertad (no económica) moral y filosófica (en teoría). Y, ¿qué de bueno le veo a todo esto? Que es la primera vez en la historia contemporánea de nuestro país que se le da un lugar en la mesa a un balance, a una contraposición, a una nueva visión de la economía y de la política. Ojo, todo en el terreno de la teoría.