Rodrigo Saval Pasquel
El pasado 11 de febrero, un día después de que The Economist colocara a México en la lista de Estados híbridos —gobiernos democráticos con tintes autoritarios—, el inquilino de Palacio cruzó la línea que lo acabaría de identificar como un dictador antes que como Presidente. En un colérico arranque de venganza por la exhibición de los escándalos de corrupción entre su hijo y la petrolera Baker Hughes por parte del periodista Carlos Loret de Mola, el Presidente publicó las ganancias del corresponsal en una presentación llena de errores de ortografía y redacción, que a su vez —y peor aún— vulneró diferentes derechos humanos y leyes. Lo que López no sabe es que él solito cayó en la misma trampa que a lo largo de su sexenio ha ido tendiendo una y otra vez a la oposición.
Nadie puede refutar que desde 2018, el líder espiritual de la 4T ha tenido la habilidad suficiente para manejar la agenda pública a su placer. Desde sus mañaneras hasta sus granjas de bots en redes sociales, nadie ha sido capaz de vencerlo en la conversación mediática. Incluso de manera astuta, ha generado conversaciones y situaciones en las que se les da a los miembros de la audiencia la opción de elegir entre dos bandos cuidadosamente presentados para dividir a los espectadores entre un grupo mayoritario a favor de sus ideas, y otro minoritario en contra, ganando así siempre el apoyo popular de la mayoría.
Con la práctica anterior, el Presidente ha sido capaz de lograr que la erróneamente autodenominada alianza opositora, siempre caiga en una posición contraria a sus planteamientos, por lo que a través de un torpe comportamiento, la alianza generalmente “confirma” en su ataques los dichos de López. Y sin saberlo, ayudan a crecer y fortalecer la popularidad del titiritero de Palacio.
No obstante, en una serie de eventos imprevistos, el rencor de López lo llevó a recibir una cucharada de su propia medicina. En un desesperado intento por detener la publicación de notas sobre el conflicto de interés en el que cayó su hijo José Ramón, el Presidente decidió atacar a uno de los periodistas opositores más populares del país, insinuando que gana mucho dinero y que existen intereses ocultos en contra de su presidencia.
Lo que no previó el Presidente, es que a través de sus ilegales y abusivas pataletas mañaneras, iba a ayudar a Loret de Mola a confirmar lo que nos ha venido diciendo desde el inicio del sexenio: López Obrador es un personaje que mantiene una falsa imagen de honestidad, y a su vez no tiene respeto a las instituciones, a las leyes, y gobierna a las y los mexicanos motivado por la venganza y el odio.
En el momento en el que lo señaló y le atacó, Carlos fue legitimado por su enemigo como un periodista serio que no recibe “chayote” —o recursos públicos por sus labores de periodismo—. Por lo que irónicamente, con su herramienta preferida de descalificación matutina, López fue el principal responsable en la beatificación y coronación de Loret de Mola como uno de los mártires de la libertad de expresión, y como el periodista más serio del país. Designación que anteriormente había sido otorgada a Carmen Aristegui por una situación, que aunque no es la misma, nos enseña que quien no conoce la historia está condenado a repetirla.
Curiosamente, antes de que iniciara su presidencia, el Presidente gritaba a los cuatro vientos que su gobierno sería el que lo haría mejor, y el que ahora si acabaría con la corrupción. Y aunque desde el primero de diciembre de 2018, se nos ha repetido hasta el cansancio a las y los mexicanos que la corrupción terminó, el reportaje de la casa gris derrumbó toda su credibilidad y nos mostró lo que no querían que descubriéramos: que no solo son iguales. Son peores para gobernar, y aún más cínicos para robar.
