
MIchelle Bermúdez Betancourt
México es un país cuya cantidad de problemas y, por ende, de crisis sería imposible de definir. En lo personal, me resulta inviable pensar en un momento en el que la sociedad mexicana haya podido ser testigo de una realidad tanto política, como social y económica exenta de la presencia de crisis. Sin embargo, ésta no es una realidad exclusiva de la historia mexicana; indudablemente no hay país al que no se le presenten de manera interminable una gran variedad de imprevistos y problemas que agobian y someten ante la incertidumbre a su sociedad. Si bien sería maravilloso que todos y todas pudiéramos vivir en un Estado libre de crisis, en el que todo fuera prosperidad y paz, lo cierto es que dicha idea jamás se materializará, siendo la aceptación el primer paso a dar como ciudadanía.
Situados ante esta irrefutable verdad, se puede plantear que es precisamente esa constante e inevitable presencia de problemas en toda sociedad lo que hace del gobierno ya no sólo una opción, sino que lo ha convertido, rotundamente, en una necesidad. En este sentido, una de las funciones principales del gobierno y, consecuentemente, de los y las gobernantes es la de manejar y buscar minimizar tanto las crisis como sus respectivos impactos en la comunidad. A partir de este entendimiento, no nos queda más que preguntarnos qué es lo que realmente podemos esperar de un gobierno.
Actualmente, y no digo que sea exclusivo del presente gobierno, nos encontramos ante una administración que ha sembrado un panorama en el que los problemas se convierten en crisis y las crisis en desastres. Así mismo, de manera enfática en los últimos años, hemos observado en el desarrollo y ejercicio del juego político nacional una práctica, muy famosa en nuestro país, que ciertamente ha dejado de sorprender a todos los mexicanos y mexicanas: la“cortina de humo”.
La cortina de humo -entendida como un “algo” que tiene como finalidad última aquella de distraer o nublar la atención de sus espectadores- ha sido utilizada con una cotidianidad preocupante como la falsa, cabe resaltar, estrategia principal de manejo de crisis del gobierno. Esto se traduce de la siguiente manera: al gobierno se le presenta un problema o crisis y éste más que solucionarla, termina distrayéndola de la atención pública a través de una cortina de humo mediática que activa o reactiva sentimentalmente a la ciudadanía, siendo el resultado un desastre más grande y profundo.
Los casos Rosario Robles y Murillo Karam son el ejemplo perfecto de esta peculiar forma de operar una crisis. Ambos casos se encontraban poco activos en los últimos meses; sin embargo, a pesar de los altos índices de violencia, los problemas económicos e internacionales, la crisis educativa, entre muchos otros más, son precisamente esos dos casos los que acaparan la atención de los medios y de las mañaneras. Siendo el resultado de esto que nada se soluciona realmente; todo sigue igual e impune con la excepción de que nuestra atención ya no está en ello.
Lo que debemos esperar de un gobernante y del gobierno, entonces, es un manejo de crisis balanceado, estratégico y óptimo; uno que solucione las crisis y que no cree nuevas. Debemos de exigir un gobierno que se pare de frente ante los conflictos y que se haga responsable. Es en la crisis donde se pone en evidencia la capacidad y voluntad de un servidor o servidora pública, por lo que la guía del buen funcionario o funcionaria deben ser y son sus acciones y no sus palabras.
Jamás viviremos en un país sin crisis, pero sí podemos vivir en un país con menos crisis de las que tenemos; uno con un gobierno analítico, consistente y resiliente que solucione los problemas en lugar de guardarlos y acumularlos, puesto que es precisamente esa falta de responsabilidad y acatamiento la que hoy tiene a este país en un presente lleno de violencia, pobreza, desigualdad y ausencia de Estado de Derecho.
Sabiendo entonces lo que podemos esperar, tenemos la responsabilidad de no conformarnos, de exigir y cuestionar, así como de no permitir que estas cortinas distraigan nuestra atención, concediéndole al gobierno un espacio vacío de plena acción y nula consecuencia.