Eduardo López Chávez
El pasado 1º de septiembre, el Banco de México cumplió 97 años desde su fundación. El aniversario se da en un momento crítico, en el cual, las fuertes y sostenidas presiones inflacionarias del último año y medio, de no ser controladas pronto, pueden llegar a generar fragilidades en la credibilidad del Instituto, que tanto tiempo le costó obtener.
El Banco de México es una Institución fundamental en la vida económica del país, puesto que tiene como mandato prioritario la estabilidad de precios, lo cual es una condición necesaria para un crecimiento económico sostenido. Cuando los precios se comportan de forma ordenada, es más fácil la planeación de futuras decisiones de consumo, producción e inversión. Adicionalmente, las tasas de interés y, por lo tanto, y el financiamiento para el gasto tienden a ser más accesibles. Esto porque, todo lo demás constante, los ahorradores estarán dispuestos a prestar sus recursos, mientras perciban un premio (i.e. tasa de interés) que les ayude, al menos, a preservar en el tiempo el valor real de sus recursos.
La misión del Banco de México también tiene un aspecto social relevante, puesto que la inflación afecta más la calidad de vida de aquellos hogares de menores ingresos. Esto porque el incremento en precios puede ser tal, que los hogares en esta situación no tengan la posibilidad de adquirir bienes y servicios tan básicos, como alimentos, vivienda, educación y salud.
Sin lugar a duda, en la época moderna, el Instituto ha alcanzado diversos méritos, incluso más allá del ámbito monetario -también tiene como fin el sano desarrollo del sistema financiero y el funcionamiento de los sistemas de pagos- y se ha hecho merecedor de una importante credibilidad.
Este buen nombre del Banxico puede atribuirse al éxito que tuvo para hacer que la inflación disminuya y esté relativamente controlada. Lo que realmente se logró muchas décadas después de su fundación (1925). Concretamente, tras obtener su autonomía (1994) e implementar una política de Objetivos de Inflación (2001). Como muestra, la inflación mensual interanual en la década de los 1980’s fue de 70% en promedio y tocó un máximo de 180% en febrero de 1998; en la de los 2000’s, promedió 5%, con un pico de 11% en enero del 2000.
La reputación es fundamental para cualquier banco central. Cuando se cuenta con ella, las expectativas de precios de largo plazo no van a responder tanto a choques externos, como pueden ser incrementos repentinos en los precios internacionales del petróleo o episodios de depreciación del tipo de cambio, porque el público confía en que la inflación eventualmente volverá a estabilizarse. Así, se evita que haya una contaminación generalizada en los precios y caer en una espiral inflacionaria. Esto también quiere decir que las acciones que deben emplear las autoridades monetarias para controlar el alza en precios (e.g. determinar el nivel de las tasas de interés) tienden a ser menos agresivas y con un menor costo económico que estas no cuentan con credibilidad.
En 2022, el Banxico está conmemorando un no-tan-feliz cumpleaños, puesto que enfrenta la inflación más alta desde finales del 2000. El alza en precios obedece a diversos factores: restricciones en la oferta ocasionadas por la pandemia; altos precios de materias primas asociados a la guerra en Ucrania; y, la recuperación en la demanda, que fue estimulada en cierta medida por una política monetaria expansiva (la oferta monetaria creció 18% a/a promedio desde marzo de 2020 a julio 2022 vs. 8% entre 2017 y 2019).
El Banxico todavía goza de credibilidad y las expectativas de precios en el largo plazo parecen seguir ancladas. Sin embargo, dado que las expectativas se alimentan de la inflación observada, la cual lleva 17 meses arriba del 4% (límite superior del rango de tolerancia de la meta del Banxico), existe el riesgo de que la confianza del público en el banco central disminuya y que las expectativas se desanclen. Por eso es preferible que el Banxico siga subiendo la tasa de interés y mandando los mensajes adecuados para que la inflación empiece a desacelerarse lo más pronto posible, aún si esto produce un enfriamiento en la actividad económica. De lo contrario, se puede caer en una espiral inflacionaria, ante la que se tendrían que implementar acciones con un costo económico mucho mayor.