La infraestructura digital que sostiene la vida moderna depende de un entramado de 500 cables submarinos que recorren el fondo del océano, transmitiendo terabits de datos cada segundo. Estos cables, responsables del 97 % de las comunicaciones globales, son vitales para servicios gubernamentales, financieros y personales. Sin embargo, su vulnerabilidad ha despertado preocupaciones, especialmente por la creciente actividad militar rusa en torno a ellos.
Aunque cada año se registran cerca de 100 interrupciones en los cables, generalmente causadas por accidentes con anclas o actividades pesqueras, un ataque coordinado podría tener consecuencias devastadoras. La desconexión global del internet, incluso por un día, colapsaría servicios esenciales como hospitales, transporte y sistemas financieros, generando caos en las comunicaciones, el comercio y la seguridad pública.
En menos de una hora tras una interrupción masiva, los sistemas críticos como hospitales y fuerzas de seguridad tendrían que recurrir a alternativas rudimentarias, como registros en papel o radios, para operar. En tanto, el comercio electrónico y las transacciones digitales se detendrían, dejando a millones sin acceso a bienes y servicios esenciales. Después de 24 horas, el impacto sería catastrófico: mercados financieros colapsados, caos en el transporte y una población desconcertada sin medios confiables de información.
A pesar de la gravedad de este escenario, algunos sectores, como las corporaciones y los servicios de emergencia, podrían mantener cierta funcionalidad gracias a comunicaciones satelitales. Sin embargo, estos sistemas no reemplazan la conectividad masiva de los cables submarinos. Este panorama subraya la fragilidad de nuestra sociedad digital y la urgencia de desarrollar infraestructuras de respaldo y estrategias de contingencia para enfrentar una posible desconexión global.