En medio del colapso del régimen de Bashar al Assad en Siria, cientos de familias acudieron a la prisión de Saydnaya, símbolo de la brutal represión estatal, con la esperanza de encontrar a sus seres queridos. Este complejo militar, conocido como un “campo de la muerte”, albergó durante décadas a miles de detenidos políticos sometidos a condiciones inhumanas.
Jwan Omar, un sirio residente en Turquía, viajó al lugar en busca de su suegro desaparecido desde 2013. «Mostré fotos, pero nadie lo reconoció», compartió Omar, quien describió la frustración y el dolor de su esposa tras años de incertidumbre. Mientras tanto, organizaciones como los Cascos Blancos intentan desentrañar los secretos de celdas subterráneas en Saydnaya, pero hasta ahora sin éxito.
La historia de Fayzah Nadaf es una entre muchas: su hijo Thaer desapareció hace 12 años. Aunque informes recientes sugieren que podría estar vivo, Fayzah sigue rezando por un reencuentro. Su nieto Mustafa, que nunca escuchó la voz de su padre, expresa un deseo que simboliza el clamor de muchas familias: «Espero que vuelva».
A pesar de los reencuentros esporádicos, la incertidumbre persiste para miles. Historias como la de Hiba Abdulhakim Qasawaad, quien perdió a 48 familiares en detenciones arbitrarias, reflejan el alcance de la tragedia. «Nuestros corazones oscilan entre la esperanza y el desespero», afirma Hiba, quien no cesa de buscar rostros familiares entre los liberados, soñando con abrazarlos de nuevo.
La caída del régimen ha abierto una ventana para exponer las atrocidades y buscar justicia, pero para muchos, el camino hacia el cierre emocional aún está lleno de preguntas sin respuesta