Perfil
María América Gutiérrez González
Abogada, Criminóloga, Filosofa y profesora universitaria con 25 años de experiencia.
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Tus hijos crecerán odiándote porque sabrán la clase de persona que eres…
Tus hijos te odian porque saben de sobra que tú me obligaste a hacer esto…
Tus hijos estarán mejor sin ti…
La violencia vicaria es una forma de violencia de género que se manifiesta cuando una persona, generalmente una mujer, es atacada de manera indirecta a través del daño infligido a sus seres queridos, particularmente a sus hijos. Este tipo de violencia se ejerce como una herramienta de control y venganza, buscando castigar a la mujer por medio del sufrimiento ajeno. En el contexto mexicano, este fenómeno ha cobrado relevancia en los últimos años, al evidenciarse su prevalencia en una sociedad marcada por la desigualdad de género y la normalización de la violencia.
El término «violencia vicaria» fue acuñado por la psicóloga española Sonia Vaccaro y se refiere a la agresión dirigida a las personas queridas de una mujer, con el objetivo de causarle daño emocional. Este tipo de violencia suele presentarse en contextos de separaciones o divorcios conflictivos, donde el agresor utiliza a los hijos como herramientas de chantaje, alienación parental o incluso como blanco de violencia directa.
Entre las características principales de la violencia vicaria se encuentran el uso de amenazas, manipulación psicológica, obstaculización del contacto entre madres e hijos, y en casos extremos, el feminicidio vinculado. Esta violencia se basa en un desequilibrio de poder y en la intención de perpetuar el control sobre la víctima incluso después de la ruptura de la relación.
En México, la violencia vicaria se encuentra profundamente arraigada en el contexto de una cultura patriarcal. Aunque no existen datos oficiales específicos, diversos estudios y organizaciones han documentado un aumento en los casos reportados. Estas cifras reflejan el entorno hostil en el que las mujeres deben enfrentarse tanto a sus agresores como a las fallas institucionales.
La violencia vicaria también está vinculada con el uso de los sistemas judiciales para prolongar el abuso. En muchos casos, los agresores inician batallas legales interminables por la custodia de los hijos o el acceso a recursos económicos, desgastando emocional y financieramente a las mujeres.
Las consecuencias de la violencia vicaria son devastadoras, tanto para las mujeres como para los niños afectados. Las madres suelen experimentar estrés postraumático, depresión y ansiedad, mientras que los menores pueden sufrir daños psicológicos profundos, que incluyen trastornos de apego, miedo constante y problemas de salud mental a largo plazo.
Además, el impacto se extiende al tejido social, ya que perpetúa un ciclo de violencia y desigualdad. En un entorno donde la violencia contra las mujeres es sistemática, la violencia vicaria se convierte en un eslabón más de esta cadena de agresiones normalizadas.
En México, la violencia vicaria ha comenzado a ser reconocida en algunos estados como una forma específica de violencia de género. Por ejemplo, estados como Zacatecas, Hidalgo y Puebla han aprobado reformas legislativas para tipificarla y sancionarla. Sin embargo, la aplicación de estas leyes enfrenta numerosos desafíos, entre ellos la falta de capacitación de las autoridades, la ausencia de protocolos claros y la resistencia de un sistema judicial tradicionalmente insensible a la perspectiva de género.
El reconocimiento de la violencia vicaria como delito representa un avance significativo, pero queda mucho por hacer para garantizar que las víctimas reciban protección efectiva. La fragmentación legislativa entre estados y la carencia de datos nacionales dificultan la creación de estrategias coordinadas.
Para combatir la violencia vicaria, es fundamental implementar medidas integrales que aborden tanto las causas como las consecuencias de este problema. Algunas de las propuestas más relevantes incluyen:
- Sensibilización y educación: promover campañas de concienciación sobre la violencia vicaria y sus efectos, dirigidas a la sociedad en general y a las instituciones encargadas de impartir justicia.
- Capacitación de las autoridades: formar a jueces, abogados, psicólogos y trabajadores sociales en perspectiva de género y violencia vicaria, para garantizar que las decisiones judiciales y las intervenciones sean sensibles a las necesidades de las víctimas.
- Creación de protocolos especializados: establecer lineamientos claros para la atención de casos de violencia vicaria, incluyendo medidas de protección inmediata para las víctimas.
- Fortalecimiento de las redes de apoyo: fomentar la colaboración entre instituciones gubernamentales, organizaciones de la sociedad civil y comunidades para proporcionar apoyo emocional, legal y económico a las víctimas.
- Monitoreo y evaluación: implementar sistemas de recopilación de datos para medir la incidencia de la violencia vicaria y evaluar la eficacia de las políticas implementadas.
«Combatir la violencia vicaria no es solo una cuestión de justicia, es una deuda histórica con todas las mujeres y niños que han sido víctimas de un sistema que durante demasiado tiempo ha sido indiferente a su sufrimiento. Es una obligación impostergable para una sociedad que no puede seguir tolerando el abuso como arma de poder, manipulación y control. Romper el silencio es el primer paso, pero no basta es imprescindible exigir respuestas contundentes de las instituciones, implementar leyes integrales que protejan efectivamente a las víctimas, y garantizar que esto sea perseguido y no tolerado”.