El funeral del Papa Francisco, celebrado el sábado en la Plaza San Pedro, reunió a los principales líderes políticos del mundo. Sin embargo, una ausencia llamó particularmente la atención: la de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum.
La mandataria mexicana optó por no asistir a la ceremonia fúnebre del pontífice argentino, una decisión que ha generado fuertes críticas tanto en el ámbito académico como diplomático. Para el historiador Martín Íñiguez, catedrático de la Universidad Iberoamericana, la ausencia fue “un craso error”.
“El Papa no solo era líder espiritual, también fue jefe de Estado. En un momento tan complicado para México, donde dependemos en más del 80% de Estados Unidos, era clave que Sheinbaum estuviera presente en una cumbre global no programada”, explicó Íñiguez, subrayando el valor geopolítico del evento.
La propia presidenta se defendió ante los señalamientos:
“No voy a ir a las ceremonias del Papa Francisco y viene toda una crítica. ¿Qué hubiera pasado si dijera que voy? Pues lo mismo, hubiera habido una crítica tremenda: ¿Dónde está la separación Iglesia-Estado?”, declaró el jueves.
A la polémica se sumó el embajador en retiro Agustín Gutiérrez Canet, quien cuestionó la actuación del actual embajador de México en el Vaticano, Alberto Barranco. Gutiérrez Canet consideró que Barranco debería presentar su renuncia por haber presentado erróneamente a Rosa Icela Rodríguez, enviada oficial al evento, como “vicepresidenta” —una figura inexistente en la estructura política mexicana—. Según el diplomático, el representante idóneo habría sido Juan Ramón de la Fuente, actual secretario de Relaciones Exteriores.
El incidente ha abierto un debate sobre el manejo diplomático del gobierno de Sheinbaum en contextos internacionales clave, y ha puesto bajo la lupa a su equipo de asesores en relaciones exteriores.