El cónclave que inicia este 7 de mayo marcará un parteaguas en la historia reciente del catolicismo. Tras el fallecimiento del Papa Francisco, la Iglesia Católica se enfrenta a una encrucijada: continuar con las reformas impulsadas en la última década o replegarse a posiciones más conservadoras. El perfil del próximo pontífice no solo será clave para los creyentes, sino también para el equilibrio de poder en el ámbito internacional.
Francisco introdujo cambios de fondo: priorizó a los pobres, promovió el cuidado ambiental, hizo del diálogo interreligioso una constante, denunció el clericalismo y la corrupción en la Curia, y puso el dedo en la llaga de la pederastia. Su estilo sencillo y su voluntad de descentralizar el poder dentro de la Iglesia marcaron una ruptura con pontificados anteriores. Por eso, su sucesor no puede ser solo un administrador: debe ser un líder global, pastor cercano, diplomático hábil y reformista con brújula.
En este contexto, se barajan nombres con diversos perfiles. El cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado, representa la continuidad diplomática. Luis Antonio Tagle, de Filipinas, simboliza una Iglesia cercana al sur global. Jean-Marc Aveline, de Marsella, encarna el diálogo interreligioso. Pero más allá de los nombres, el debate gira en torno a qué tipo de Iglesia quieren los cardenales: ¿una que hable con el mundo o una que se encierre en sus dogmas?
Además, el próximo Papa deberá enfrentar retos estructurales: una caída sostenida de fieles en Europa, tensiones doctrinales en África y América Latina, el auge del populismo religioso, la crisis de vocaciones sacerdotales, y los escándalos aún abiertos por abusos sexuales. A esto se suman los desafíos contemporáneos: la ética en la era de la inteligencia artificial, el papel de la mujer en la Iglesia, y la urgencia de una economía más justa.
También está el simbolismo del nombre. Como recuerda una nota reciente en DW, el nombre que elija el nuevo pontífice enviará un mensaje claro sobre su visión: si elige un nombre tradicional podría implicar una restauración conservadora; si opta por uno inédito o audaz, como hizo Francisco, se interpretaría como continuidad con una Iglesia en salida.
El nuevo Papa no podrá ser neutral. Su perfil marcará el rumbo de una institución que, aunque desacreditada en algunos sectores, sigue teniendo una capacidad única de movilización, influencia ética y representación global.