Las importaciones de ropa china a Estados Unidos registraron en mayo su nivel más bajo en 22 años, un claro indicio de la profunda reconfiguración de las cadenas de suministro globales. Esta marcada caída en el flujo de prendas desde el gigante asiático hacia el mercado estadounidense subraya la creciente tendencia de las empresas a diversificar sus fuentes de producción, buscando reducir su dependencia de China.
El descenso se debe a varios factores. Por un lado, las tensiones comerciales y geopolíticas entre Washington y Beijing han incentivado a las compañías a explorar alternativas de manufactura en otras regiones. Países como Vietnam, Bangladesh, y en América Latina, México, han ganado terreno como destinos de producción de textiles y prendas de vestir. Esto responde a estrategias de «nearshoring» o «friendshoring», donde la proximidad geográfica o la estabilidad de las relaciones políticas son prioritarias.
Por otro lado, el aumento de los costos laborales en China y la búsqueda de una mayor flexibilidad en la producción también han contribuido a esta migración. Aunque China sigue siendo un actor dominante en la manufactura global, el sector de la moda y el textil, en particular, está mostrando una notable agilidad para adaptarse a un entorno más complejo y a los cambios en las preferencias de los consumidores y las políticas comerciales. Esta tendencia sugiere que el dominio chino en la proveeduría de ropa a EE. UU. podría seguir disminuyendo, reconfigurando la geografía de la producción textil mundial.