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Hace unas semanas, diversas protestas en colonias como la Condesa o Roma han reavivado el debate de la gentrificación en la Ciudad de México. Estas zonas, conocidas por su vida cultural, la arquitectura y una privilegiada ubicación cerca del centro de la ciudad, se han convertido en epicentros de un estilo de vida cada vez más costoso, impulsado por la llegada de extranjeros y capital inmobilario. Si bien el tema no es nuevo, la magnitud de sus repercuciones merece un análisis detallado en el contexto actual de la crisis de vivienda, el desplazamiento y las transformaciones urbanas.
La gentrificación es el proceso mediante el cual sectores con mayor poder adquisitivo se apropian de zonas urbanas históricamente habitadas por la clase popular, renovándolas y desarrollándolas al punto de hacerlas atractivas para su inversión. Con el paso del tiempo este desarrollo incrementa los precios de la vivienda y el costo de vida, desplazando así a los residentes originales que termina por modificar la vida e identidad de las colonias. Y consiste de tres fases del ciclo de vida de un sector: el nacimiento, el abandono y la revalorización; el primero consiste en su configuración como enclave obrero en la ciudad en donde la industrialización crea una nueva dinámica del centro urbano por la masa obrera y las actividades productivas; el segundo en la descapitalización y eventual abandono del sector donde prevalece un valor potencial que podría tener debido a la ubicación; y el último que cambia la perspectiva de la zona teniendo conclusiones subjetivas de la misma y con esto se espera una revalorización y se aprovecha la poca competencia para invertir y maximizar los beneficios.
El en caso de la Ciudad de México, la gentrificación ha sido favorecida por una combinación de factores. Por un lado la capital sigue siendo relativamente costeable en comparación de otras grandes ciudades del mundo; haciéndola atractiva para los extranjeros que buscan vivir bien con menos dinero. Y por otro lado las facilidades migratorias y la alta conectividad digital han permitido que miles de personas -en especial los nómadas digitales- se establezcan aquí sin la necesidad de integrarse plenamente al entorno social.
Podemos sumar también la turistificación impulsada por plataformas, ya que en 2022 el gobierno capitalino firmó un convenio con la UNESCO y Airbnb para convertir a la ciudad en la “capital del turismo creativo”. Si bien la intención era promover la economía local, esto incentivó el alquiler de corto plazo en zonas residenciales, reduciendo así la oferta de vivienda para los habitantes de largo plazo y terminando por encarecer los precios. Demasiados propietarios prefieren alquilar ahora por días a los turistas con mayor capacidad de pago que a los inquilinos estables, acentuando la precariedad habitacional.
Es de suma importancia que culpar exclusivamente a los extranjeros sería una simplificación injusta del problema, la responsabilidad también recae en las políticas públicas poco reguladas, en la falta de planificación urbana y sustentable en un modelo económico que prioriza la inversión privada por encima del derecho a la vivienda. Por lo que ningún desplazamiento ocurre por casualidad, es el resultado directo de las decisiones tomadas por el gobierno y las plataformas.
Ante esta situación, la indignación social es comprensible, el encarecimiento de la vida en la capital ha llegado a un punto en que cada vez es más difícil acceder a una vivienda digna, incluso para los sectores que antes podían hacerlo. Y aunque detener completamente la gentrificación en un contexto urbano globalizado es prácticamente imposible, si es urgente regular sus efectos, y proteger a los residentes. Sin embargo debemos reconocer que el desarrollo urbano -y la eventual gentrificación- no dejará de ser constante. Las grandes ciudades seguirán atrayendo a personas de cualquier origen y de nivel económico que termina por alimentar la demanda que impulsa el sistema inmobiliario.