6 de agosto de 2025 11:48 am
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OPINIÓN

La pobreza maquillada y la democracia sometida

Entonces, ¿dónde está el beneficio del incremento al salario mínimo que tanto presumieron el hijo predilecto de Macuspana y ahora su corcholata mayor? Porque si el ingreso del hogar no alcanza ni para que cada integrante...

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Coyuntura económica y algo más

Cuando todo se maquilla, hasta la pobreza parece bienestar...

Macraf

Tal parece que este gobierno siempre gusta de presumir y festejar cosas que poco entiende, tratando de hacer pensar a las personas que viven en un paraíso como pocos han tenido la oportunidad de ver. Ahora, el discurso triunfalista se enfoca en los ingresos de los hogares mexicanos. Si uno se guía por lo que se dice —con bombo, platillo y mañanera— parecería que ya le ganamos a la desigualdad, a la pobreza y hasta a la inflación. Pero no. La realidad, como siempre, tiene otros datos.

Según la más reciente Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) del INEGI, el ingreso promedio mensual por hogar es de 25,955 pesos, lo cual representa un crecimiento de 10.6 % respecto a 2022. Muy bien, aplaudamos… pero después hagamos cuentas. Si consideramos que un hogar mexicano promedio tiene cuatro integrantes, eso implica que cada persona dispone de apenas 6,488 pesos al mes. Lo cual, para que no quede duda, ni siquiera alcanza el salario mínimo mensual vigente, que desde enero de 2025 es de 8,364 pesos.

Entonces, ¿dónde está el beneficio del incremento al salario mínimo que tanto presumieron el hijo predilecto de Macuspana y ahora su corcholata mayor? Porque si el ingreso del hogar no alcanza ni para que cada integrante supere esa barrera, algo no cuadra. Y menos si recordamos que Hacienda presumía que las familias mexicanas habían logrado “ahorrar” durante los últimos años. ¿Ahorrar con qué? ¿Con desigualdad estructural y poder adquisitivo erosionado?

La ENIGH también muestra que 65.6 % del ingreso proviene del trabajo, mientras que 17.7 % son transferencias, como becas y apoyos sociales. Y ojo: esto último deja claro que efectivamente se está construyendo una estructura clientelar, pues prácticamente el 20 % del ingreso familiar depende del gobierno. Eso implica que si en algún momento no se cuentan con los recursos suficientes para cubrir esos apoyos, no solo crecerá la desigualdad: los hogares verán reducidos de forma considerable sus ingresos, alejándose aún más del salario mínimo, que recordemos, debería ser el mínimo indispensable para cubrir necesidades básicas.

En paralelo, la desigualdad permanece intacta: los hogares más ricos ganan 14 veces más que los más pobres. Y no se trata solo de ingresos: las mujeres ganan más de 4 mil pesos menos al mes que los hombres, y los pueblos indígenas tienen ingresos 26 % por debajo del promedio nacional.

Y por si algo faltaba, el contexto internacional tampoco ayuda. El gobierno de Estados Unidos publicó recientemente el National Trade Estimate Report (NTE 2025), elaborado por su Oficina del Representante Comercial. En el capítulo dedicado a México, el informe es claro: persisten barreras regulatorias, falta de transparencia, proteccionismo energético y trato discriminatorio a empresas extranjeras. En pocas palabras: estamos violando principios del T-MEC. Y lo que es peor, esto puede complicar la renegociación del tratado comercial. Si Estados Unidos no percibe condiciones equitativas, no solo habrá controversias formales: también podrían venir sanciones y, por ende, menos inversión.

Así que no, el ingreso promedio no dice lo que creen que dice. No estamos mejor. Y si seguimos estorbando al comercio exterior, lo que sí va a crecer es el tamaño del problema.

Y como suele pasar en este país, cuando la economía tropieza, la política remata. Esta semana se confirmó que Pablo Gómez será el encargado de diseñar y operar la reforma electoral que impulsa la nueva moradora de Palacio. El mismo Pablo Gómez que estuvo en el 68, que fundó partidos, que pasó del CEU a la UIF y que hoy es el arquitecto de una idea profundamente regresiva: quitarle autonomía al INE, eliminar plurinominales, estrangular a la oposición con menos recursos y devolverle al poder presidencial el control de las elecciones.

Eso lo disfrazan con un término seductor: “simplificación democrática”. Pero en realidad es una trampa: una arquitectura de hegemonía diseñada para que las minorías nunca vuelvan a ser mayoría, para que la oposición no tenga cómo competir, y para que el juego electoral esté tan manipulado que ya no importe quién vote… porque todo estará decidido desde Palacio. Lo que buscan, en el fondo, es que nunca más aparezca un nuevo Morena, no vaya a ser que alguien más los saque del poder.

Y sí, Claudia confía en Pablo porque él representa ese legalismo autoritario tan útil para la 4T: es leal, no cuestiona y sabe cómo imponer reglas que parecen técnicas, pero son profundamente políticas. Lo que viene no es solo una reforma electoral. Es la institucionalización de la mayoría aplastante. Con menos competencia, menos equilibrios y menos democracia.

Pero eso sí… con encuestas felices, ingresos maquillados, becas por doquier y aplausos en cadena nacional.

Así, así los tiempos estelares del segundo piso, de la transformación de cuarta.

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