El surgimiento de México Republicano como aspirante a partido político nacional ha encendido una serie de alertas políticas, ideológicas y constitucionales en el escenario mexicano. Con un discurso abiertamente conservador, inspirado en el Partido Republicano de Estados Unidos y en figuras como Donald Trump, la agrupación se plantea como la única opción “auténticamente de derecha” frente a un PAN que —según sus dirigentes— ha claudicado a causas progresistas por conveniencia electoral.
Sus líderes no ocultan sus intenciones: atraer a exmilitantes panistas, articular una base religiosa (católica y evangélica), y movilizar a las clases medias con una narrativa de orden, tradición y libre mercado. El proyecto está encabezado por Juan Iván Peña Neder, un político con historial controvertido y múltiples giros partidistas, y cuenta con la participación de ciudadanos binacionales como Larry Rubin y Gricha Raether, cuyos vínculos con intereses estadounidenses despiertan sospechas de posible injerencia extranjera, pese a su doble nacionalidad.
Si bien su registro nacional aún depende del cumplimiento de los requisitos del INE —como realizar asambleas estatales y sumar más de 250 mil afiliados—, el fondo del debate es más profundo: ¿debe permitirse que una plataforma política con abierta simpatía hacia la agenda trumpista, que ha sido hostil hacia México, se instale como opción electoral?
México Republicano defiende su legitimidad argumentando libertad religiosa y binacionalidad, pero sus críticos recuerdan que el artículo 33 constitucional prohíbe expresamente la injerencia de extranjeros en asuntos políticos. Las declaraciones de sus líderes sobre seguridad, migración y combate al narcotráfico parecen más alineadas con las narrativas de Washington que con una propuesta soberana y nacional.
La falta de posicionamiento por parte del gobierno federal ante la cena organizada por Rubin con el embajador estadounidense, en la que se amenazó con aranceles si no se actúa “con contundencia” contra los cárteles, añade más inquietudes sobre la pasividad institucional ante este tipo de intervenciones simbólicas y políticas.
México Republicano se presenta como la vanguardia de una “nueva derecha hemisférica”. El problema es que su brújula ideológica parece apuntar más al norte que al propio país. La pregunta de fondo no es solo si logrará su registro, sino si México está dispuesto a abrirle las puertas a un proyecto que no oculta su aspiración: replicar aquí una agenda política foránea, sin matices y sin máscaras.