Coyuntura económica y algo más
Si sobrevivir ya parece un logro, es porque vivir se volvió un lujo…
Macraf
En la economía mexicana los discursos triunfalistas sobran, pero los datos insisten en poner los pies sobre la tierra. El INEGI publicó cifras que muestran un freno evidente en el consumo y la actividad económica. El Indicador Oportuno de la Actividad Económica (IOAE) estima para julio un crecimiento anual de apenas 0.1%, con una caída mensual de -0.1%; en términos simples, estamos hablando de una economía estancada. Las actividades secundarias, es decir, la industria, se contrajeron -1.0%, mientras que el sector terciario apenas creció 0.8%.
La foto del consumo privado tampoco es alentadora. El Indicador Oportuno del Consumo Privado (IOCP) anticipa que en julio el gasto de los hogares se redujo -0.4% anual. Incluso con un ligero repunte mensual de 0.6%, la tendencia general refleja un deterioro en la capacidad de compra de las familias. Y la cereza en el pastel: el índice de confianza del consumidor muestra retrocesos en expectativas sobre la situación económica del país y del hogar, lo cual golpea directamente al motor principal de la economía mexicana: el consumo interno.
Cuando un país crece entre 0% y 1%, como ya anticipan los analistas para este 2025, en realidad está perdiendo terreno. Mientras tanto, la deuda pública sigue su camino ascendente. En apenas siete años, el saldo prácticamente se duplicó: de poco más de 10 billones de pesos en 2018 a más de 20 billones de pesos en 2025. Y esto no necesariamente se tradujo en infraestructura productiva o en condiciones para detonar inversión, sino en gasto corriente y programas sociales con claros fines electorales.
El contraste es inevitable: los hogares enfrentan un ingreso promedio mensual de 25,955 pesos, que dividido entre cuatro integrantes significa 6,488 pesos por persona, menos que el salario mínimo mensual vigente de 8,364 pesos. Y aunque este ingreso promedio alcanza para cubrir la línea de pobreza urbana —estimada en 4,718 pesos mensuales por persona—, lo hace apenas, y solo en lo esencial. En otras palabras: el ingreso promedio de los hogares mexicanos alcanza para sobrevivir, pero no para vivir con dignidad ni mejorar sus condiciones. Paga la canasta básica alimentaria y no alimentaria, pero deja fuera todo lo que permitiría aspirar a una mejor calidad de vida: educación, salud, vivienda digna, recreación o ahorro.
Así, el discurso oficial sobre el “triunfo” del salario mínimo queda corto frente a la realidad. Porque mientras el gobierno presume aumentos históricos, lo cierto es que la mayoría de las familias no perciben ese beneficio en sus bolsillos. De hecho, dependen cada vez más de transferencias públicas: cerca del 20% del ingreso promedio de los hogares proviene de apoyos gubernamentales. Esto significa que la supuesta fortaleza de la economía no descansa en productividad ni en empleos, sino en recursos fiscales que mañana pueden no estar disponibles.
En conclusión, la economía mexicana se encuentra atrapada en una pinza: por un lado, el freno del consumo y la inversión; por el otro, el creciente endeudamiento público. Y ojo, esto es solo una parte del problema. A ello hay que sumar el enorme pasivo de Pemex —que el gobierno insiste en seguir financiando con más deuda— y la incertidumbre que genera la próxima renegociación del T-MEC. Un cóctel que, lejos de detonar crecimiento, apunta a prolongar la inestabilidad y a reducir los márgenes de maniobra para la economía nacional.
Así, así los tiempos estelares del segundo piso, de la transformación de cuarta.