El legendario cineasta Woody Allen encendió la polémica al sugerir que estaría dispuesto a rodar una película en Rusia, hecho que ha sido calificado por funcionarios ucranianos como una “ofensa inaceptable”. Allen hizo estas declaraciones durante su asistencia al Festival Internacional de Cine en Vladivostok, Rusia, donde expresó estar abierto a colaborar en una producción local, incluso en regiones directamente afectadas por la guerra en Ucrania.
Desde Kiev, el portavoz del Ministerio de Cultura de Ucrania, alabó los logros de Allen en el cine pero consideró su propuesta como “una muy mala idea”, destacando que al ofrecer filmar en territorio ruso, el director cometía un insulto a la nación ucraniana y a los millones de personas que sufren la agresión rusa.
Las declaraciones de Allen surgen en un momento de alta sensibilidad internacional: con el conflicto aún activo, las relaciones culturales entre los dos países están profundamente marcadas. Mientras tanto, el cineasta no ofreció disculpas ni aclaraciones posteriores que apaciguaran a la crítica.
La controversia ha revivido intensos debates sobre la responsabilidad ética de las figuras públicas en tiempos de guerra, especialmente en el contexto de la cultura y el arte. Pullulan artistas y políticos ucranianos han lanzado campañas para boicotear producciones filmadas en Rusia, especialmente aquellas vinculadas a figuras internacionales como Allen.
La multicitada situación se suma a las discusiones globales sobre la implicación de la cultura en la resistencia y condena a regímenes agresores, así como al rol que personalidades artísticas pueden desempeñar en medio de conflictos armados. Allen, figura ya polarizante por su trayectoria y controversias personales, vuelve a ocupar los titulares por un tema que trasciende el ámbito del cine.