Lo que comenzó como una estrategia empresarial de reducción de costos terminó siendo un motor del ascenso tecnológico chino. Desde inicios de los 2000, Apple trasladó más del 90% de su producción a China, decisión que generó enormes beneficios financieros pero también impulsó el desarrollo industrial del país asiático. Según Nikkei Asia, el 87% de sus proveedores operan en territorio chino, y muchos han sido reemplazados progresivamente por empresas locales capaces de producir desde componentes básicos hasta chips avanzados.
El resultado fue una transferencia masiva de conocimientos, capacidades y capital humano que alimentó el crecimiento de gigantes como Huawei, Xiaomi o BYD. Expertos señalan que, mientras Estados Unidos confiaba en la flexibilidad del mercado, China ejecutaba un plan industrial de largo plazo que fomentaba competencia interna feroz y consistencia en la inversión estatal.
La rivalidad se refleja con nitidez en la inteligencia artificial. Aunque OpenAI dominó inicialmente con GPT-3 y ChatGPT, en 2025 emergió DeepSeek, un chatbot chino de bajo costo y desempeño comparable. Desarrollado incluso bajo restricciones de exportación de chips Nvidia, DeepSeek se convirtió en símbolo de un avance acelerado que sorprendió a Washington y alimentó tensiones comerciales.
Las ventajas estructurales de China —escala poblacional, datos centralizados y respaldo gubernamental— le han permitido integrar tecnologías avanzadas en la vida diaria a un ritmo difícil de igualar. No obstante, los analistas advierten que el país enfrenta el riesgo de aislarse si no logra consenso internacional sobre estándares tecnológicos.
La historia demuestra que, en su intento por abaratar costos, las grandes tecnológicas occidentales contribuyeron involuntariamente a forjar a su competidor más formidable.