Una cifra preocupante emerge de la economía mexicana: el 78% de los negocios encabezados por mujeres operan en la informalidad, lo que revela un profundo desafío para el emprendimiento femenino y el desarrollo económico del país. Este fenómeno, que afecta de manera desproporcionada a las mujeres, no es una cuestión de elección, sino una consecuencia de barreras sistémicas que incluyen la falta de acceso al crédito formal y una mayor dificultad para cumplir con la carga fiscal y regulatoria. La informalidad limita el potencial de estos negocios, ya que los excluye de los beneficios de la economía formal, como la posibilidad de expandirse, generar empleos de calidad y acceder a mercados más grandes.
Las raíces del problema son complejas y están profundamente ligadas a la desigualdad de género. Las mujeres a menudo tienen que equilibrar sus emprendimientos con las responsabilidades de cuidado del hogar, lo que las empuja hacia negocios flexibles pero informales. Además, persisten las brechas salariales y la falta de inclusión financiera, lo que dificulta que las mujeres construyan un historial crediticio sólido. La respuesta de la banca privada, como la iniciativa de Scotiabank, es un paso en la dirección correcta para ofrecer soluciones y apoyo, pero la magnitud del problema exige una respuesta más amplia.
La alta tasa de informalidad en el emprendimiento femenino no es solo un problema de género; es un freno para la economía nacional. La formalización de estos negocios podría liberar un inmenso potencial de crecimiento, aumentar la recaudación fiscal y, lo más importante, empoderar económicamente a millones de mujeres.