El crecimiento de la Eurozona se mantuvo en un ritmo lento en agosto, con un índice de gestores de compras (PMI) que alcanzó un máximo de 12 meses, de 51 puntos. Sin embargo, este modesto avance esconde una historia de dos economías. Mientras el sector manufacturero mostró su mayor repunte en más de tres años, el motor tradicional de la región, el sector de servicios, experimentó una desaceleración. Además, el desempeño fue muy desigual entre los países. España e Italia lograron crecer, mientras que Alemania y Francia se mantuvieron estancados o en contracción, lo que expone una debilidad estructural en el núcleo de la Eurozona.
Esta divergencia económica plantea un serio dilema para el Banco Central Europeo (BCE). Por un lado, la mejora en el sector manufacturero y el aumento del empleo sugieren una resiliencia económica. Por otro lado, la persistente debilidad en las economías más grandes, como la alemana, y las renovadas presiones inflacionarias ejercen una gran presión para que el banco mantenga su postura restrictiva. La situación actual es una prueba de la capacidad del BCE para navegar en un mar de datos económicos contradictorios.
La economía de la Eurozona avanza, pero su paso es frágil. La incertidumbre política en países clave como Francia, las tensiones comerciales con Estados Unidos y los desafíos internos de sus principales economías complican un escenario que parece estar lejos de una recuperación robusta y equilibrada.