Con la muerte de Giorgio Armani a los 91 años, el mundo despide a uno de los diseñadores más influyentes de la historia moderna de la moda. Su fallecimiento marca el fin de una era dorada para la alta costura y deja tras de sí un imperio con ingresos anuales de más de 2 300 millones de euros. Armani no solo vistió generaciones; transformó la noción misma de elegancia y sofisticación.
Apodado “el revolucionario silencioso”, Armani rompió con las estructuras rígidas del vestir tradicional. En un momento donde dominaban las hombreras y el exceso, él apostó por siluetas relajadas y líneas limpias, entendiendo que el lujo auténtico no necesitaba ostentación. Su filosofía de diseño —basada en la sencillez, los colores neutros y la funcionalidad— liberó a hombres y mujeres de la formalidad estricta, redefiniendo lo que significaba vestir con clase.
Más allá de las pasarelas, Armani dejó una profunda huella en la cultura popular. Fue pionero en llevar la moda a Hollywood, vistiendo a estrellas como Richard Gere en American Gigolo y consolidando su rol como símbolo de aspiración global. Cada una de sus creaciones comunicaba algo más que estilo: transmitía poder, seguridad y sofisticación. Además, ayudó a posicionar el sello «Made in Italy» como sinónimo de excelencia y diseño a nivel mundial.
En un sector controlado por gigantes como LVMH y Kering, Giorgio Armani fue una excepción. Mantuvo el control total de su empresa como único accionista y CEO, construyendo una estructura de negocio que abarcaba desde la alta costura (Giorgio Armani) hasta el lujo accesible (Emporio Armani) y el mercado juvenil (Armani Exchange). Su modelo empresarial, basado en la diversificación y una gestión prudente, le permitió resistir crisis y crecer con estabilidad, al punto de acumular una reserva de efectivo superior a los mil millones de euros.