9 de octubre de 2025
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OPINIÓN

Lecciones ignoradas: El caso Ashton y la urgencia de mirar hacia dentro

El caso Ashton desnuda el abandono institucional y la urgencia de atender la salud mental juvenil antes de que el dolor se transforme en violencia.

La violencia volvió a irrumpir en la cotidianidad escolar mexicana con el ataque perpetrado por Lex Ashton en el CCH Sur. Lo ocurrido ha generado un eco de horror y desconcierto, no solo en la comunidad universitaria sino también en la sociedad mexicana. Nos enfrenta al espejo incómodo de la violencia juvenil, el abandono institucional y la urgencia de replantear nuestra manera de aproximarnos al dolor adolescente.

El perfil de Ashton, un joven de 19 años, arroja pistas sobre un problema que va mucho más allá de un arrebato individual. Vivía marcado por el bullying y atravesaba dificultades de salud mental que fueron invisibles o ignoradas por su entorno. Lo que más debería alarmarnos es la raíz de su gesto: la internalización de discursos de odio incubados en internet, en comunidades donde la misoginia y el resentimiento encuentran auditorio y complicidad. La realidad se impuso cuando aquello que parecía propio de foros y redes sociales cruzó la frontera hasta materializarse en las aulas.

Resulta evidente que la reacción institucional ha dejado mucho que desear. Los protocolos de seguridad fallaron, la prevención brilló por su ausencia y las señales de alerta fueron minimizadas por autoridades, docentes y familia. Las noticias sobre advertencias pasadas, testimonios de compañeros que vieron conductas preocupantes y mensajes publicados en redes nos hablan de un sistema educativo y social que todavía evade discutir abiertamente el malestar juvenil y su peligrosa evolución hacia la violencia extrema.

No basta con exigir justicia cuando ya ocurrió la tragedia. Además del castigo y las nuevas promesas de mayor seguridad dentro de los planteles, resulta urgente abordar la salud mental como una prioridad pública y escolar. Preocupa que, aún hoy, se relegue el acompañamiento emocional y psicosocial a un plano secundario, y que se subestime el impacto de los discursos de odio circulando en el universo digital, contaminando la percepción y las expectativas de jóvenes vulnerables.

El caso Ashton debe empujarnos, finalmente, a mirar hacia dentro de nuestras instituciones y de nuestra cultura. Preguntarnos en qué momento empezamos a naturalizar el dolor ajeno, el aislamiento social y los signos de alerta. Si no podemos hacer esa autocrítica, seguiremos condenados a repetir la tragedia, una y otra vez. Hay que aprender, aunque sea a la fuerza, que detrás de todo acto violento suele haber muchas oportunidades desperdiciadas para evitarlo.

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