apón, la quinta economía global, se encuentra en un punto de inflexión político y económico. La recién elegida primera ministra, Sanae Takaichi, comienza su mandato con un programa de estabilidad que los analistas ven como un arriesgado acto de equilibrismo fiscal. Aunque Takaichi ha moderado su retórica original, el nuevo gobierno debe conciliar el impulso de crecimiento con la gestión de la mayor carga de deuda del mundo desarrollado (superior al 236% del PIB).
El desafío es estructural. Tras décadas de deflación, la economía nipona ha entrado en una nueva era de inflación persistente, con los precios por encima del objetivo del 2% del Banco de Japón (BoJ) durante más de dos años. Esta subida erosiona el poder adquisitivo de los hogares, ya que los salarios no crecen al mismo ritmo, lo que debilita el consumo interno.
La postura de Takaichi, inspirada en las «Abenomics», favorece el estímulo fiscal mediante el aumento del gasto público y, potencialmente, la flexibilización monetaria. Sin embargo, este enfoque podría alarmar a los inversores en bonos japoneses, cuyo escepticismo ha aumentado desde que el BoJ comenzó a retirar las políticas de control de la curva de rendimientos (YCC). La incertidumbre sobre la capacidad del gobierno para financiar su gasto sin desestabilizar el mercado de deuda presiona a la baja el valor del yen.
Críticamente, la supervivencia económica de Japón depende de mantener un delicado balance entre su principal aliado, Estados Unidos (que absorbe el 20% de sus exportaciones), y su principal socio comercial, China. La fragmentación económica global, advertida por el gobernador del BoJ, es la amenaza más grande, que requiere que Japón mantenga la estabilidad financiera como prioridad.







