Un estudio desarrollado por Harvard, Rutgers y Stony Brook plantea una verdad incómoda: no toda energía solar reduce emisiones por igual. Tras analizar cinco años de datos horarios de generación, demanda y composición energética en trece regiones de Estados Unidos, los investigadores concluyeron que la efectividad del despliegue solar depende menos de la cantidad instalada y más de su ubicación estratégica.
Las zonas donde la energía solar sustituye electricidad generada con carbón o gas —como California, Texas, Florida y el Suroeste— son las que realmente logran un impacto ambiental contundente. En contraste, instalar paneles en regiones con redes relativamente limpias apenas desplaza emisiones, ya que sustituye fuentes como la nuclear o la hidroeléctrica, cuyo impacto climático es mínimo.
El modelo también reveló un “efecto contagio”: el beneficio ambiental puede extenderse a estados vecinos. El caso más llamativo es el de California, cuya expansión solar recortó emisiones en regiones distantes al modificar el flujo y la carga de las redes interconectadas.
El hallazgo cuestiona la idea de impulsar paneles indiscriminadamente. En un escenario de recursos limitados, no se trata de llenar ciudades de celdas solares, sino de dirigir la inversión donde cada megavatio instalado elimina más CO₂. Las decisiones de política energética, sostiene el análisis, deben priorizar impacto real sobre estética o simbolismo.







