Cierre 2025

La economía mexicana cierra 2025 estancada: consumo débil, inversión a la baja, desplome en la confianza y un gobierno que apuesta más por deuda que por crecimiento.

Coyuntura económica y algo más

En un país sin rumbo, la economía no se detiene… simplemente deja de avanzar

Macraf

Cerramos el año con una sensación que se ha vuelto demasiado familiar: México camina, sí, pero arrastrando los pies. No hay desplome, pero tampoco hay señales de un futuro vibrante. Es una economía que sigue viva por inercia, no por impulso, y que cada mes confirma que el país no está preparado para dar el salto que tanto se presume en el discurso.

El consumo privado, ese termómetro que nos dice si las familias tienen la capacidad de moverse, cerrar ciclos y mejorar su bienestar, terminó el año prácticamente estancado. En septiembre no registró variación mensual, y aunque a tasa anual creció 2.1%, el motor está lejos de funcionar a toda máquina. La mayor parte del avance proviene del consumo de bienes importados —un crecimiento de 14.8% anual— mientras que los nacionales apenas lograron un tímido 1.6%. Es decir: los hogares siguen comprando, pero compran fuera porque lo de dentro no alcanza, no convence, o simplemente no está ahí.

La inversión tampoco da buenas noticias. Tras algunos meses de repuntes modestos, volvió a mostrar señales de fatiga. La incertidumbre política, la falta de incentivos y el deterioro de la seguridad han mermado la confianza del empresario. Nada crece sin inversión y México lleva años alimentándose de reinversiones mínimas y proyectos que responden más a urgencias que a una verdadera visión de país.

Y hablando de visiones, la encuesta de expectativas de Banxico dejó claro que ni expertos, ni analistas, ni instituciones imaginan un 2025 o 2026 vigorosos. La estimación de crecimiento para este año cerró en 0.39%, prácticamente un suspiro estadístico; para 2026, se anticipa 1.29%, un número que apenas sirve para mantenernos en pie, pero no para aspirar a mejorar el bienestar de la población. La inflación se mantiene en rangos manejables, pero el consumo débil y la inversión tibia apuntan a un país detenido, no estable.

Por si fuera poco, la confianza del consumidor se desplomó. El índice cayó 1.6 puntos en noviembre y 3.5 puntos frente al año pasado. Todos los componentes retrocedieron: la situación actual, la futura, el ánimo para comprar bienes duraderos y —quizá el más significativo— la percepción sobre el futuro del país. La gente está cansada, precavida, desconfiada. Y no hay narrativa oficial que componga eso.

Del lado empresarial, la encuesta del IPADE fue aún más contundente: solo 35% considera que es buen momento para invertir, casi cuatro puntos menos que a inicios del año. La inseguridad, la incertidumbre jurídica y la debilidad del mercado interno aparecen como los principales inhibidores. No es un problema de dólares o de geopolítica: es un problema de país.

A este panorama económico se suma la realidad presupuestal del próximo año. El Paquete Económico 2026 confirma que seguiremos gastando más de lo que tenemos y apostando por la deuda como muleta para sostener programas clientelares y obras cuya rentabilidad social es cada vez más dudosa. Los ingresos previstos ascienden a 8.72 billones de pesos, impulsados por una mayor recaudación. El ISR aportaría 3.07 billones, el IVA 1.59 billones, y el IEPS 761 mil millones. Son cifras fuertes, sí, pero la apuesta gubernamental es aumentar la recaudación vía eficiencia y persecución fiscal, no vía crecimiento. Una receta que puede funcionar un año, pero no una década.

En contraste, la deuda sigue expandiéndose. El costo financiero —los intereses, no el capital— alcanza ya niveles que compiten con educación y salud. De cada peso público, una fracción creciente se va a pagar el pasado, no a construir el futuro. Y eso, inevitablemente, reduce margen de maniobra para mejorar infraestructura, fortalecer capacidades productivas o diseñar políticas públicas que realmente transformen el país.

Cerramos 2025 como comenzamos: con un país atrapado entre la urgencia del presente y la ausencia de una estrategia clara para el mañana. Una economía que no colapsa, pero tampoco avanza. Que no cae, pero se estanca. Que presume récords que no se traducen en bienestar. Y que insiste en confundir “resistir” con “progresar”.

Así, así los tiempos estelares del segundo piso de la transformación de cuarta.

✒️ El apunte incómodo | Siete años de transformación… y cero músculo propio

El mitin del sábado pasado, presentado como un festejo de fuerza, unidad y continuidad, terminó exhibiendo exactamente lo contrario. Siete años después del inicio de la transformación de cuarta, algo quedó brutalmente claro: sin acarreo no hay proyecto, sin presión no hay militancia, sin billete no hay respaldo.

Lo que se quiso vender como un acto espontáneo del “pueblo agradecido” terminó siendo la postal de un movimiento que se mira al espejo y ve lo que no es. Es la imagen del clásico flacucho enclenque que, al contraer los brazos frente al reflejo, imagina al fisicoculturista que nunca fue ni será. Un gobierno que necesita convencerse a sí mismo de su fortaleza… porque sabe que afuera ya nadie se la compra.

La presidenta —que presume estabilidad, rumbo y unidad— en realidad tiene miedo, y sus huestes también. Lo sabe ella, lo saben ellos y lo sabe el país entero. Por eso, antes de enfrentar la realidad, prefirieron recurrir a la carta más vieja de la baraja: desempolvar al ídolo de barro macuspano, colocarlo en el escenario y llamar a filas a sus babeantes seguidores, esos para quienes todo acto político se resume en obediencia, consignas y cuota de camiones.

Porque para ellos gobernar es eso: llenar plazas artificialmente, inflar la narrativa y simular respaldo, aunque sea con gente que no iría de manera voluntaria ni a la tienda de la esquina.

En su intento por demostrar fuerza, mostraron debilidad.

En su afán por presumir poder, exhibieron dependencia.

Y en su obsesión por mantenerse vigentes, confirmaron que el movimiento ya no camina sin la sombra del viejo morador de Palenque.

Si este es el músculo del “segundo piso”, más que a un levantamiento de pesas, se parece a un truco de espejos.

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