¿Qué pasaría sin los empresarios? La pregunta que nadie quiere hacerse

Sin empresarios, México perdería casi la mitad de su producción y dos tercios de los empleos. Su papel es esencial para el bienestar, aunque pocos quieren reconocerlo.

A veces la gente me pregunta por qué defiendo —suponiendo que necesiten defensa— a los empresarios. Para responder, hago siempre la misma pregunta: ¿qué pasaría si mañana amaneciéramos sin empresarios y, por lo tanto, con todas sus empresas cerradas? Y no me refiero únicamente a los dueños de las grandes corporaciones, sino a todos: los dueños de negocios familiares, micro y pequeños, que abundan en el país y nos proporcionan bienes y servicios indispensables.

Imaginemos por un momento que mañana amanecemos sin ellos y que todos los negocios a lo largo de una avenida como Revolución, aquí en la Ciudad de México, están cerrados: la papelería, la vulcanizadora, la tortería. Lo primero que ocurriría es evidente: todas las personas que trabajan en esos negocios perderían su fuente de ingreso.

Luego pensemos en nosotros, los consumidores, que nos beneficiamos diariamente de esos bienes y servicios. Para dimensionar su importancia, basta recordar que el 43.9% de la producción nacional de bienes y servicios proviene de empresas, y que el 68.7% de la población ocupada trabaja en una.

Si mañana desaparecieran los empresarios y sus empresas, perderíamos de golpe el 43.9% de la producción y el 68.7% de los empleos. ¿Y qué pasaría con nuestro bienestar como consumidores si de pronto escaseara casi la mitad de los bienes y servicios disponibles? Pues que la escasez aumentaría, los precios subirían y nuestro nivel de bienestar caería drásticamente. Y a la par, dos de cada tres trabajadores mexicanos se quedarían sin empleo.

Esta es la verdadera dimensión del papel que juegan los empresarios en el bienestar de las personas, tanto como trabajadores —porque generan empleos— como consumidores —porque producen lo que necesitamos para vivir—.

Pensemos un momento en el común denominador de los empresarios. ¿En qué consiste la esencia de la actividad empresarial? En producir y ofrecer bienes y servicios con los cuales satisfacemos nuestras necesidades. En ese sentido, podríamos decir que el empresario es un benefactor de la humanidad, afirmación que a muchos podría parecer exagerada. ¿Cómo que benefactor? Pero pensemos desde lo básico: los zapatos que traemos puestos existen gracias a empresarios que producen y ofrecen zapatos; sin ellos, andaríamos descalzos.

Y si subimos de los pies a la cabeza, llegamos a los anteojos, esas maravillosas prótesis que muchos necesitamos para ver. ¿A quién se los debemos? A empresarios que producen monturas y cristales graduados.

Alguien podría decir: “Te acepto que son benefactores… si regalaran todo lo que producen”. Ese debate no tiene sentido. Si quiero seguir teniendo zapatos y anteojos, debo estar dispuesto a pagar un precio que al menos permita al productor recuperar sus costos. De aquí surge lo que yo llamo la primera lección de economía: vivir cuesta, porque producir cuesta.

Y la prueba de que lo que hacen los empresarios nos beneficia es simple: estamos dispuestos a pagar por sus productos, lo cual implica que los valoramos porque satisfacen nuestras necesidades, desde las más básicas hasta las más sofisticadas.

Por eso es urgente revalorar la función del empresario. Y quienes deberían comenzar por hacerlo son muchos empresarios que parecen no ser del todo conscientes de la aportación que hacen, no solo porque generan empleos, sino porque producen aquello con lo que todos satisfacemos nuestras necesidades, gustos, deseos e incluso caprichos.

Así que vale la pena volver a la pregunta inicial: ¿qué pasaría si mañana amaneciéramos sin empresarios y con todas sus empresas cerradas? Empresas que aportan casi la mitad de la producción del país y sostienen a dos de cada tres trabajadores. La respuesta es clara: la vida en México simplemente no podría funcionar.

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