Los vehículos modernos han aumentado considerablemente en tamaño y precio en comparación con sus versiones de décadas anteriores. Este fenómeno se observa en modelos icónicos como el Mini Cooper, Fiat 500 y Porsche 911, cuyos diseños actuales son notablemente más voluminosos. Este crecimiento se debe a las mayores exigencias en términos de seguridad y confort, según explica el diseñador Juan Manuel Díaz, quien destaca que los sistemas de seguridad, como los airbags, y las comodidades adicionales requieren más espacio y peso en los automóviles.
El aumento de tamaño también responde a la inclusión de tecnología avanzada, desde pantallas hasta complejos sistemas de asistencia a la conducción (ADAS). Estos elementos, aunque pequeños individualmente, requieren una considerable infraestructura interna, lo que contribuye al crecimiento de los vehículos. Sin embargo, un estudio reciente de JD Power, titulado «Índice de Experiencia Tecnológica (TXI) 2024», revela que no todas estas innovaciones son valoradas por los usuarios, y muchas son percibidas como innecesarias.
Entre las tecnologías mejor recibidas se encuentran el frenado autónomo de emergencia y el aviso de desvío de carril, que son apreciadas por su contribución a la seguridad. Sin embargo, funciones como el reconocimiento facial, el acceso con huella digital y los controles gestuales son menos valoradas, con muchos conductores optando por desactivarlas. Estas tecnologías, aunque impresionantes, no cumplen con las expectativas de los usuarios y se consideran un costo innecesario.
Además, el estudio señala una contradicción en la percepción de las asistencias a la conducción, como el control de crucero adaptativo y el centrado de carril. Aunque estas herramientas están diseñadas para mejorar la seguridad y el confort, su uso excesivo puede resultar invasivo, lo que lleva a muchos conductores a desconectarlas. Asimismo, dispositivos como las pantallas para pasajeros y los botones hápticos han sido criticados por su falta de practicidad y por distraer al conductor, demostrando que la digitalización extrema a veces puede complicar más que ayudar.