La situación en Ucrania se torna cada vez más crítica ante el avance acelerado de las fuerzas rusas en 2024, quienes han capturado cerca de seis veces más territorio que el año anterior. Según el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW), Rusia ha tomado aproximadamente 2,700 km² en lo que va del año, especialmente en regiones clave como Donbás. En respuesta, Estados Unidos ha intensificado su apoyo militar, autorizando el uso de misiles de largo alcance en territorio ruso y suministrando minas antipersonas “no persistentes”.
En el este, puntos estratégicos como Kúpiansk y Kurájove están bajo fuerte presión. Rusia busca rodear y desgastar las defensas ucranianas con tácticas intensivas y ha logrado avances significativos en áreas previamente recuperadas por Ucrania. Expertos advierten que, de mantener este ritmo, el frente oriental ucraniano podría colapsar, lo que daría a Moscú una posición más sólida en caso de negociaciones futuras.
Mientras tanto, la incursión ucraniana en la región rusa de Kursk, inicialmente considerada una jugada táctica, enfrenta retrocesos. Ucrania ha perdido casi la mitad del territorio ganado allí, y los analistas califican esta operación como una «catástrofe estratégica», ya que fuerzas clave han quedado atadas en esa región sin lograr frenar los avances rusos en el este.
Con la próxima llegada de Donald Trump al poder, surgen inquietudes sobre un posible recorte en la asistencia militar estadounidense, lo que podría debilitar aún más a Ucrania. El presidente Volodymyr Zelensky advirtió que, sin el apoyo de Washington, su país podría no resistir. Mientras tanto, las recientes decisiones de la administración Biden buscan fortalecer la posición de Ucrania en un conflicto que sigue siendo incierto y devastador.