Los autos deportivos japoneses producidos en las décadas de 1980 y 1990 han ganado una gran popularidad a nivel mundial, especialmente en Estados Unidos, donde son objeto de deseo para muchos coleccionistas. Este fenómeno se ve impulsado por la «regla de los 25 años» de EE. UU., que permite la importación de vehículos extranjeros que no cumplen con las normas de seguridad estadounidenses, siempre que hayan transcurrido 25 años desde su fabricación.
La década de 1990 fue testigo del nacimiento de una nueva ola de deportivos japoneses, impulsada por la bonanza económica de Japón y la competencia entre los fabricantes. Autos como el Nissan Silvia, el Fairlady Z, el Skyline GT-R, el Toyota Supra, el Mazda RX-7, el Honda NSX y los Mitsubishi Lancer Evolution/GTO/FTO, entre otros, ofrecían un rendimiento comparable al de los deportivos europeos de lujo, pero a un precio más accesible.
El Nissan Skyline GT-R, en particular, generó gran interés en el extranjero, ganándose el apodo de «Godzilla» en Estados Unidos. La influencia de los videojuegos como «Gran Turismo» y las películas de «Fast & Furious» también contribuyó a popularizar estos autos a nivel global.
El tuning, o personalización de estos deportivos, es otro aspecto de la cultura automotriz japonesa que se ha extendido por todo el mundo. Este movimiento, que tiene sus raíces en las carreras de los años 70 en Japón, experimentó un auge en las décadas de 1980 y 1990, coincidiendo con el lanzamiento de muchos de estos icónicos modelos.