omo “Happy Sets”, que incluían cartas coleccionables de Pokémon y un juguete. La iniciativa estaba pensada para atraer a niños y familias, pero rápidamente fue dominada por revendedores adultos dispuestos a descartar la comida para quedarse con las cartas exclusivas.
La demanda superó todas las expectativas, agotándose el stock en menos de un día y generándose largas filas y escenas de caos en varios locales. Fotos circulando en redes sociales mostraron vidrios llenos de comida intacta tirada en la vía pública, mientras las cartas aparecían a la venta en línea por cientos de dólares o decenas de miles de yenes.
En respuesta, McDonald’s emitió un comunicado reconociendo que su planificación fue inadecuada y que esta conducta contradice su filosofía de brindar una experiencia divertida y familiar. La empresa disculpó sinceramente a su clientela y adelantó que implementará límites más estrictos por persona, suspenderá ventas en línea durante promociones y podrá negar el servicio a quienes incumplan las reglas.
Este episodio expone el delicado equilibrio entre el marketing de cultura popular y la responsabilidad operativa y ética de una marca global. Las cartas de Pokémon, altamente valoradas por millennials y coleccionistas, demostraron ser un incentivo explosivo difícil de controlar, convirtiendo una promoción inocente en una crisis pública.