Esta semana, en el Colegio de México, la antropóloga Adel Velázquez presentó su libro Amaneció un muerto. Antropología de la vida cotidiana en Badiraguato (Sinaloa), una investigación que ofrece una mirada profunda y sin adornos a la realidad social de una de las regiones más estigmatizadas de México. Basado en su tesis doctoral, el libro fue originalmente escrito en francés y más tarde traducido al inglés. Se trata de una etnografía detallada que se desarrolla tanto en la cabecera municipal como en las comunidades serranas de Badiraguato.
Contrario a las representaciones mediáticas que lo reducen a “la cuna del narcotráfico”, Velázquez plantea que Badiraguato es un enclave excluido, no aislado, donde la violencia no es una disrupción, sino un elemento estructurante de la vida cotidiana. Su geografía, la falta de infraestructura y la presencia de grupos armados convierten el acceso al territorio en un recurso escaso, controlado por pocos y negado a muchos. Desde la producción de amapola hasta los vínculos con el poder político, este “enclavamiento” permite entender cómo opera la inserción capitalista en contextos de marginación.
Uno de los aportes más importantes del libro es el análisis de cómo la violencia se percibe y se vive en la vida diaria. En Badiraguato, explica Velázquez, la violencia no genera incertidumbre, sino que es previsible y funcional. Frases como “amaneció un muerto” reflejan una forma de hablar que evita responsabilizar a alguien directamente, en un entorno donde criticar puede implicar riesgos. Esta normalización se extiende a las relaciones de género, donde las mujeres son particularmente vulnerables ante prácticas violentas disfrazadas de normas sociales.