La decisión del CEO de Ford, Jim Farley, de desarmar vehículos de Tesla y de fabricantes chinos no fue un simple ejercicio de benchmarking: fue un reconocimiento de que la empresa estadounidense carga rezagos de ingeniería difíciles de ignorar. El hallazgo más simbólico —1.6 kilómetros adicionales de cableado en el Mustang Mach-E frente a un Tesla— refleja un problema más profundo que afecta costos, peso y competitividad en un mercado saturado de opciones más eficientes.
Farley admite que China, donde casi la mitad de las ventas ya son eléctricas, tiene una ventaja estructural imposible de subestimar. Marcas como BYD fabrican vehículos más ligeros, económicos y adaptados a demandas globales que cambian rápido. En respuesta, Ford creó la división Modelo E en 2022, un intento de rediseñar su plataforma eléctrica desde cero, incluso a costa de pérdidas millonarias en 2024 y 2025.
El giro estratégico ahora busca modelos más accesibles, comenzando con una camioneta mediana de 30,000 dólares prevista para 2027. El desafío es monumental: recortar la brecha tecnológica con Tesla mientras el mercado exige eficiencia sin sacrificar precio. La autocrítica de Farley marca un punto de inflexión, pero aún es incierto si Ford podrá recuperar terreno frente a rivales que llevan años perfeccionando lo que ellos están apenas reconstruyendo.







