La persistente debilidad económica de México ha llevado a analistas y bancos de inversión a recortar drásticamente sus expectativas de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) para el año 2026. Las previsiones más recientes sitúan el crecimiento en un rango modesto de 0.9% a 1.2%, muy por debajo de las proyecciones oficiales del gobierno.
La corrección se fundamenta en varios factores críticos. El principal es el estancamiento de la inversión privada y pública, lo que se ha traducido en una contracción de la actividad industrial, como lo confirmó la caída del PIB en el tercer trimestre de 2025. Los inversionistas se muestran cautelosos debido a la incertidumbre regulatoria, la escasez de energía limpia y la falta de infraestructura de soporte para capitalizar plenamente el fenómeno del nearshoring.
Críticamente, la desaceleración complica la agenda del Banco de México (Banxico). Un crecimiento débil sugiere que las presiones inflacionarias por demanda son limitadas, pero la inflación subyacente (la que excluye precios volátiles) sigue siendo rígida. Esta combinación de estancamiento y precios persistentes crea un dilema para la política monetaria.
El desafío de la nueva administración es revertir esta inercia. Las promesas de un gasto público elevado (respaldado por un alto endeudamiento) deben traducirse en inversión productiva y no solo en consumo social para evitar un estancamiento prolongado y un daño irreversible al potencial de crecimiento del país.



