El más reciente Informe mundial sobre el paludismo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) dibuja un escenario dual: por un lado, avances claros gracias a nuevas herramientas de prevención y tratamiento; por otro, señales preocupantes de estancamiento y riesgo de retroceso en la lucha contra esta enfermedad.
Según el informe, el uso extendido de mosquiteros con doble ingrediente y de las vacunas recomendadas por la OMS permitió prevenir alrededor de 170 millones de casos y salvar un millón de vidas en 2024. Desde 2021, veinticuatro países han incorporado las primeras vacunas antipalúdicas a sus programas de inmunización sistemática, y la quimioprofilaxis estacional ya se aplica en veinte países, alcanzando a 54 millones de niñas y niños en 2024, frente a apenas 0.2 millones en 2012.
También hay progresos en la eliminación: cuarenta y siete países y un territorio han recibido certificación de país libre de paludismo por parte de la OMS. Cabo Verde y Egipto lograron este reconocimiento en 2024, mientras que Georgia, Surinam y Timor-Leste se sumaron en 2025. Sin embargo, el reto sigue siendo enorme: en 2024 se estimaron 282 millones de casos y 610 000 muertes, unos nueve millones de casos más que el año previo. El 95 % de los decesos se concentró en la Región de África de la OMS, en su mayoría en menores de cinco años.
La preocupación central del informe es el avance de la farmacorresistencia. Se han identificado datos de resistencia parcial a los derivados de artemisinina —columna vertebral de los tratamientos actuales— en al menos ocho países africanos, junto con indicios de menor eficacia de los medicamentos combinados con este compuesto. A ello se suman parásitos con deleciones del gen pfhrp2, que comprometen la confiabilidad de las pruebas rápidas de diagnóstico, y resistencia a piretroides en 48 países, reduciendo el impacto de los mosquiteros tratados con insecticida. La expansión del mosquito Anopheles stephensi, resistente a muchos insecticidas, en nueve países africanos agrava el problema, especialmente en zonas urbanas.
El contexto se complica por fenómenos meteorológicos extremos que modifican hábitats de mosquitos, conflictos que interrumpen servicios de salud y un financiamiento global estancado: en 2024 se destinaron 3 900 millones de dólares a la respuesta contra el paludismo, menos de la mitad de los 9 300 millones previstos como objetivo para 2025. Los recortes en asistencia oficial al desarrollo han afectado la vigilancia, obligado a cancelar encuestas y aumentado el riesgo de desabasto de insumos clave.
Frente a este panorama, la OMS y sus socios insisten en la necesidad de nuevos medicamentos con mecanismos de acción distintos, como la primera politerapia sin artemisinina (ganaplacida-lumefantrina), y en reforzar los compromisos políticos plasmados en la Declaración de Yaundé y la iniciativa del “Gran Impulso”. Más allá de los avances tecnológicos, el informe subraya un mensaje de salud pública: sin financiamiento sostenido, vigilancia sólida y acceso equitativo a las nuevas herramientas, el paludismo seguirá siendo una amenaza letal y prevenible para millones de personas en el mundo.



