Pausa de Navidad

La Navidad invita a una pausa profunda: contemplar, agradecer, sanar heridas y reencontrarnos con nosotros mismos entre el silencio, la luz y la reflexión interior.

Navidad suele ser una época del año que encanta: por las luces y los villancicos, los regalos, las galletas recién horneadas y el chocolate caliente,  y una infinidad de cosas más que la hacen un momento esperado por muchos.

Pero, dentro de su magia, es fácil perderse y serpentear por entre los deseos frustrados y dejarse enredar por los pendientes, es por ello que Navidad se convierte un espacio particularmente sensible también para la reflexión y la pausa.

La invitación que nos hace este período es una que requiere valentía pues hacer un hueco en la agenda de las compras de último momento y las cenas con amigos y familia no es sencillo de por si, y menos cuando ese hueco se pretende llenar de silencio.

Hacer una pausa es guardar silencio y detener nuestras actividades con el único propósito de escuchar ese sonido tan poco percibido que viene de la serenidad y del corazón puro, honesto y tal cual es.

En esta recta final del año deseamos felices fiestas a todos y buscamos momentos de reencuentro con muchos pero ¿por qué y para qué? en términos ignacianos: “¿a dónde vamos y a qué? Queremos, tal vez, ver a un amigo que hace tiempo no vemos, saber lo último en la vida de un familiar que vuelve a casa por navidad, brindar logos, abrazar retos, celebrar lo que a lo largo del año perdió sentido y nos parece un buen momento para recuperarlo, etc. Pero ¿procuramos en ese torbellino de reuniones, reservar un tiempo para reunirnos con nosotros mismos? Si, un tiempo para estar conmigo mismo, para celebrar la vida que me sostuvo un año más, para contemplar el silencio que quedó encrudecido por la ausencia de algo o de alguien, para gradecer los nuevos rostros que llegaron, los pasos hacia delante, las puertas abiertas, las sonrisas compartidas. Probablemente algunos lo hacemos y nos damos la oportunidad de abrazarnos a nosotros mismos pero ¿qué hay de es encuentro con aquello que no fue tan agradable durante el año? ¿abrazamos nuestras sombras?

A lo largo de los años vamos acumulando zonas oscuras dentro de nosotros, algunas, tan negras que las hemos pintado de arcoíris para disimularlas, me refiero a esos eventos, historias, actitudes, desencuentros que fueron no sólo dolorosos sino incluso hasta vergonzosos, que los guardamos dentro, muy dentro, pero que, un día pudren el corazón le hacen desprender mal olor y es entonces cuando nos sentimos estresados y hartos, saturados y desgastados: la palabra no dicha, el límite no establecido, la denuncia silenciosa, las oportunidades desviadas, los rencores rancios, los deseos escalofriantes de venganza.

Porque todos pasamos por riscos peligrosos en nuestra vida, todos experimentamos dolor, a todos la vida se nos va a veces y todos lloramos más de una vez; quizá sea tiempo de abrazar esos valles oscuros también y de abrir el corazón para dejarlo sanar. Hacer una pausa no es sólo ver lo bueno que la vida nos regaló sino también lo amargo pues en ello se esconde un tesoro maravilloso: nuestra libertad. A medida que sanemos y aprendamos a abrazar nuestras historias fragmentadas, iremos construyendo nuestro camino en piedras más firmes y seremos más libres frente a nuestro pasado. Estar un tiempo a solas contigo mismo implica reconocer, nombrar y permitir que sane ese otro tú que quizá no te guste tanto pero que sin él, tú no estás completo, y aceptar que en cada uno, viven ángeles y demonios pero que el control sobre ellos, lo tenemos en nosotros mismos: tú decides a quién dejas habitar  en tu corazón.

Busquemos esos espacios donde podamos sanar y querernos un poquito más. Comparto cuatro tips para crearlos:

  1. Contempla: la contemplación más que ser una acción es una actitud pues consiste en vaciar la mente siempre, tan llena, para dejar que la vida aparezca, ante ti, como es, y así, aceptarla. Sin querer cambiarla, sin esperar que lo haga en algún momento.  La vida nos sorprende cuando la dejamos ser.
  2. Agradece: abrir el corazón y tener la disposición interna para ver, todo cuanto curre, como un milagro es algo que, aunque sorprendente, cambia la forma en que vivimos cada día y nos abre a ser más compasivos y generosos pero también, a estar más serenos y receptivos. Esto no implica que no te importe lo que pase o que no caigas en exabruptos porque las cosas no salieron como querías, más bien, nos ayuda a superar esas actitudes de frustración y enojo y permite ver que todo cuanto sucede siempre tiene más de un sentido.
  3. Cuídate: desde tu salud hasta tus emociones, procura espacios de descanso y relajación. No permitas que lo de afuera sea lo suficientemente estresante como para enfermarte y si lo es, renuncia a ello. Merecemos la paz y la calma. Cuida tu corazón y tu mente.
  4. Platícate: tu eres tu mejor amigo, ¡juega para ti! No en contra de ti. Conócete, aprende de ti mismo, mantente en contacto contigo. Nunca encontrarás afuera lo que llevas dentro.

Finalmente, la Navidad es una época fantástica pero no por los estímulos externos que nos desbordan, sino porque representa esa oportunidad ideal para dejar de mirar fuera y comenzar a contemplar dentro de ti. Ahí está la verdadera Navidad y tus verdaderos propósitos para este próximo año.

Todo el contenido de El Comentario del Día en la palma de tu mano. Suscríbete a nuestros canales de difusión: WhatsApp | Telegram

PUBLICIDAD

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *