Rodrigo Saval Pasquel

Hace más de 2,000 años, uno de los imperios más importantes de la historia fue construido de manera épica por un joven monarca macedonio. Desde el Peloponeso hasta el río Indo, la cultura helénica se impuso ante cientos de naciones a través de la espada y la estrategia. Y la concentración de su poder radicaba en un joven emperador llamado Alejandro Magno. De igual forma, en México, un personaje mucho menos admirable, pero muy reconocido construyó una estructura similar que hoy gobierna la mayoría del país, y su exponente se llama Morena.
En el caso de Alejandro, la unión de sus reinos dependía de su persona, pues la centralización monárquica del poder que él había construido alrededor de su figura lo colocaba al nivel de un semi-dios ante sus compatriotas. Aunque gran parte de su éxito se debió a su gran habilidad como estratega militar, también poseía aptitudes políticas y diplomáticas que le permitieron solidificar sus conquistas mediante el uso firme de la autoridad. Para construir una identidad nacional propia, Alejandro impulsó —incluso de manera ejemplar— la unión matrimonial entre sus connacionales y los habitantes de las tierras adquiridas por las armas.
Sin embargo, antes de cumplir los 33 años, el emperador más importante de la antigüedad murió repentinamente, y junto con él, su vasto imperio. Tras su muerte, comenzó un período de desestabilidad política que resultó en el fraccionamiento del imperio en diferentes reinos gobernados por sátrapas que de manera vergonzosa fueron debilitándose hasta llegar al punto de la extinción de sus reinos frente al creciente Imperio Romano.
En México, el actual gobernante parece haber copiado algunas estrategias de Alejandro, pues Morena y su imperio comparten algunas características. López fundó un partido político en 2015 que fue creciendo poco a poco al incentivar la alianza o unión con personajes de otros partidos en decadencia hasta lograr la Presidencia de la República y la mayoría en el Congreso en 2018. Sin embargo, el control de su partido siempre se ha ejercido de manera autoritaria, y ha monopolizado el ejercicio del poder en su persona. Aunque esto no se logró a través de matrimonios y guerras, si se logró mediante acuerdos y —posteriormente— traiciones.
La forma en la que el Presidente obtuvo y ejerce su control es sencilla. Mediante acuerdos recibió cesiones individuales de poder que fueron atribuidas a su persona logrando una “federación” de poder unipersonal. Tras romper sus acuerdos con aquellos personajes que anteriormente le cedieron su poder, las ahora víctimas ya no fueron capaces de enfrentarse a él, pues su figura ya acumulaba el poder político de miles de personas que a la larga serían timadas de la misma forma.
Aunque sabemos que la caída del Imperio de Alejandro Magno fue ocasionada por su muerte, en México se podría argumentar que la muerte simbólica de la Presidencia está programada cada 6 años, y esto también pasará en 2024. Por lo mismo, no parece descabellado pensar que lo que sucedió en el siglo tercero a.C., sucederá de nuevo en México en 2024, incluso si es que Morena vuelve a ganar la Presidencia.
Si bien hoy Morena parece tener un poder político avasallante, este mismo poder es ejercido por una persona que hoy ha fungido como ícono para permitir la aparente unión de grupos enteramente antagónicos que de no ser por su persona, estarían en guerra entre ellos. Si este símbolo desaparece, nada detiene a los grupos de comenzar una “guerra civil” para imponer sus intereses.
Cuando me han preguntado si veo a Morena existiendo en 2024, yo les comento sobre Alejandro Magno, y no necesariamente porque crea que el Presidente es Alejandro, todo lo contrario. Lo menciono ya que aunque todas las personas recuerdan a su imperio como uno de los máximos logros de la cultura helénica, nadie recuerda que este imperio se fundó, se expandió y extinguió en 7 años. Y eso que no existían las redes sociales.



