Por Veronica Chalita Montiel
Decir que el capitalismo es un sistema que ha quedado obsoleto no es descubrir el hilo negro; en efecto, este sistema ha sido rebasado por la sobrepoblación existente, la merma de los recursos naturales, el consumismo rapaz, la sobreproducción de productos -muchos de ínfima calidad, lo que resulta en una mayor cantidad de desechos- la contaminación que produce el recorrido de los productos del comercio internacional en miles de millas náuticas y la competencia despiadada, que si bien puede ser una fuente de motivación, no siempre es la mejor.
Ahora, si además consideramos un libre mercado, que ni están libre por la desigualdad de condiciones comerciales entre países y particulares, pues no representa un verdadero beneficio para la sociedad.
Así como esto, el indicador macroeconómico de acumulación propio del capitalismo es el Producto Interno Bruto (PIB), que mide el valor monetario de los bienes y servicios finales, que son comprados por el usuario final, producidos en un país en un período determinado. Sin embargo, este supuesto indicador de éxito del crecimiento económico de un país no considera varios factores valiosísimos como la discriminación, el daño medioambiental, la responsabilidad social, los niveles de estrés de la población, la participación democrática, la inseguridad, la pobreza e injusticia social y distributiva, etc.
Y si bien, el balance financiero es importante, el balance del bien común es esencial. Según Christian Felber, el capital es el medio, no el fin, para lograr la felicidad de todos.
En este sentido, no es de extrañar que el presidente Andrés Manuel López Obrador haya externado su intención de sustituir el PIB por un indicador de bienestar; por otro lado, no me parece que él esté considerando incluir todos los factores antes mencionados, y menos cuando hace unos días cerró la inversión para los campos de energías limpias, cuando ha minimizado la discriminación y violencia contra la mujer, cuando no se han logrado disminuir los niveles de inseguridad. Sobre todo, cuando no se han impulsado las economías sociales, colaborativas y del bien común, cuando no hay confianza en la relación con la sociedad civil para proyectos participativos, cuando no hay una política de fomento para las actividades sustentables y sostenibles.
Los principales programas del gobierno actual son asistencialistas, pero no van acompañados de una formación para el desarrollo de la sostenibilidad. Se olvida que tanto los recursos naturales, como los monetarios, tienen un tiempo de vida.
En conclusión, el bien común es el principio máximo de cualquier gobierno, pero si no se incluyen todos los factores imprescindibles para el bienestar, será un indicador a medias con un uso meramente político para tapar los resultados poco alentadores de las metas económicas: desempleo, falta de inversión, disminución en la confianza del consumidor, etc.
