Desde que empezó la pandemia del coronavirus los casos de discriminación a personas asiáticas con violencia han incrementado considerablemente, sobre todo en Estados Unidos. Lamentablemente, el racismo contra personas del Este asiático e islas del Pacífico no es una novedad ya que empezó desde 1800 con la contratación de mano de obra barata que llegaba a la costa de California escapando de las condiciones de hambruna de su país. Desde este momento el estereotipo de ser “amarillo, apestoso, con trenza larga e incapaz de pronunciar la letra R” se gestó para denostar a los asiáticos provenientes sobre todo de China, Japón, Corea y Filipinas, mientras que el resto de la gente proveniente de Asia eran encasillados en la etiqueta de árabes.
Hubieron varios casos de discriminación a este sector de la población: el ataque a Pearl Harbor en la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Vietnam, la crisis económica de los autos americanos en la década de los 80 y la llegada de Toyota… Pero, aparte de la discriminación y por las políticas de emigrantes para sólo recibir a miembros educados y con un nivel económico alto, se creó la catalogación de “minoría modelo” donde destacaban de manera racial como la minoría que otros extranjeros debían seguir.
Este estereotipo se puede encontrar en diversas producciones estadounidenses donde se retrata a personas con genes provenientes del Este de Asia y de las islas del Pacífico como personas cerradas, muy inteligentes, presionadas por tener las mejores calificaciones y destacar en algún deporte –sobre todo algún tipo de arte marcial–, políglotas, músicos virtuosos y sensibles a respetar las tradiciones de sus antepasados. Series y películas como Glee, 13 Reasons Why, Grey’s Anatomy, Breakfast at Tiffany’s, Moxie, Una Noche Loca… todas retratan a personas asiáticas como un modelo a seguir.
El caso más evidente es el de la trilogía de libros de Crazy Rich Asians de Kevin Kwan donde se relata como Rachel Chu, una mujer chino-estadounidense que trabaja como profesora destacada de economía en la Universidad de Nueva York, viaja a Singapur con motivo de la boda de un amigo de infancia de su novio Nick Young. Ahí conocerá los orígenes de su novio y el estilo opulento de su familia, la más adinerada de las familias isleñas que provinieron de la China continental. Marcas de lujo, el poder del apellido en las industrias, el valor de la red de contactos, y el peso de las tradiciones familiares harán que Rachel se sienta poca cosa en un grupo social que se vale de las apariencias y al balance de las cuentas bancarias.
El escritor, Kevin Kwan, crea esta narrativa con sentido del humor para satirizar ciertos aspectos de la cultura moderna china y para acercar a los ajenos a la misma lo que significa ser asiático. Desde modismos hasta sistemas de creencias arraigados en la genética de hace siglos, Kwan explica la necesidad de destacar con excelencia en la academia y en los negocios y las diferencias que hay entre chinos de las islas y del continente. Aunque Rachel Chu y Nick Young son los hilos conductores de la trilogía, las historias de Astrid Leong y Kitty Pong son las más interesantes, ya que muestran también los estigmas de ser mujer en este tipo de sociedad.
El primer libro fue adaptado a película, y Eric Nam, cantante y presentador de televisión coreo-americano, compró una función entera y regaló los boletos para asegurar la audiencia del primer fin de semana en cartelera y promover la representación de asiáticos en los medios de comunicación. A pesar de ser una sátira, a pesar de retratar a la “minoría racial modelo”, lo importante fue que empezó a haber una representación de estas culturas para crear diversidad en las pantallas y empezar a romper estereotipos decimonónicos que afectan hoy en día a personas con odio, solamente porque un virus nació en ese continente.