Cecilia González Michalak

Laocoonte era un sacerdote de Apolo en tiempos de la guerra de Troya. Su historia fue el tema de una tragedia de Sófocles, a veces mencionada por otros escritores, pero que se perdió en los anales de la historia. El único testigo que queda de esta trama es un conjunto escultórico, pero sin conocer correctamente los acontecimientos que llegaron al ataque de las serpientes.

Unas fuentes creen, que, al igual que Casandra que fue maldita a que nadie creyera sus predicciones, Laocoonte advirtió a los troyanos que no dejaran entrar el caballo de madera que los aqueos habían dejado a las puertas de la ciudad por ser una trampa. Sinón, el primo de Odiseo, convenció a todos que era una representación de Atenea, y en su desesperación Laocoonte pidió tiempo para sacrificar un toro para invocar la ayuda de Poseidón. En ese momento, dos serpientes marinas, llamadas Porces y Caribea, atacaron al sacerdote y a sus hijos, lo que los troyanos simbolizaron como una señal divina de que de verdad era una representación de la diosa de la guerra y la sabiduría.
Otros relatos creen que el ataque ofídico fue un castigo del mismo Apolo ya que Laocoonte había prometido el celibato al convertirse al sacerdocio, pero terminó casándose con Antiopa y teniendo a sus gemelos, Antifante y Timbreo. Según Virgilio en su Eneida, ese terrible momento sucedió de esta forma:
Ellas, con marcha firme, se lanzan hacia Laocoonte; primero se enroscan en los tiernos cuerpos de sus dos hijos, y rasgan a dentelladas sus miserables miembros; luego arrebatan al padre que, esgrimiendo un dardo, iba en auxilio de ellos, y lo sujetan con sus enormes anillos: ya ceñidas con dos vueltas alrededor de su cuerpo, y dos veces rodeado al cuello el escamoso lomo, todavía exceden por encima sus cabezas y sus erguidas cérvix. Pugna con ambas manos Laocoonte por desatar aquellos nudos, mientras chorrea de sus vendas baba y negro veneno, y al propio tiempo eleva hasta los astros espantables clamores.

El grupo escultórico de Laocoonte y sus hijos fue descubierto el 14 de enero de 1506 en una viña cercana al Vaticano. Aunque no se sabe realmente en qué año fue hecha y quién es el autor –unos creen que fueron escultores de Rodas o de Pérgamo en época cristiana–, su majestuosidad es impresionante. Las expresiones de dolor y desesperación. Las bocas abiertas a las que se les puede escuchar gritar en el silencio del mármol. El dinamismo del ataque de las serpientes generando constricción en los cuerpos. El cuerpo humano llegando al extremo para sobrevivir.

Schopenhauer incluso comenta que en mármol no se puede crear un Laocoonte gritando sino sólo abriendo la boca y esforzándose inútilmente por gritar. La esencia del grito, y el efecto que tiene en el espectador, se encuentra exclusivamente en el sonido sordo. Asimismo, esta escultura logra transmitir el sentimiento, los sonidos estruendosos y desgarradores de una muerte injusta silentemente, conservando la armonía estética de los rostros de las víctimas.

Este conjunto fue una influencia importante para varios artistas. Miguel Ángel usó a los personajes para algunas de las figuras de su Capilla Sixtina. Tiziano, Rubens, El Greco, William Blake y Max Ernst realizaron sus propias interpretaciones del grupo escultórico, tratando de reproducir ese grito sordo de dolor y de desesperación por salvar a los suyos.
